¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas? Saltando una y otra vez, sobre
la línea del horizonte que domina el ojo que todo lo ve. La vida, en
ocasiones, se resume en una partida de ajedrez. La Muerte se sienta
al otro lado, como en El
Séptimo Sello,
como en aquella pirámide, símbolo del poder, símbolo divino, ¿la
recuerdas?
Nuestra ciudad es desoladora. Arrecia la lluvia ácida, de forma incesante, sobre aquellas pobres almas atrapadas en una torre de Babel atestada de luz eléctrica –como las ovejas–. Una luz azul. ¿Recuerdas el color del cielo? Tampoco yo. Vivimos en una jodida colmena, huecos horadados en ventanas oscuras y negras, que nos miran con ojos opacos. Avisperos furiosos de androides desilusionados y desencantados. Vivimos en la Metrópolis de Fritz Lang, en el cómic de Moebius. Lo sé porque lo he visto. Lo sé porque lo veo. Lo sé porque yo soy el ojo que vertebra el argumento subyacente. El ojo que atraviesa las fronteras y los límites metafísicos de una realidad resquebrajada, cruda. Una realidad abierta en canal hacia una dimensión espiritual.
¿Te
sientes aislado? No te preocupes. Lo estás. Lo sé. Puedo ver tu
aislamiento. Puedo ver tu alienamiento. Todos somos como estrellas
fugaces. Algunos brillarán el doble, su vida será más intensa, y
otros se irán apagando como el neón picado por la fugacidad y la
transitoriedad. Todo es efímero. Soy el voyeur de tu vida. Como el
público de una película, como el lector de un libro, como el
testigo del proceso vital antes del retiro
definitivo, como el espectador de un cuadro. La mirada siempre atenta
de todos y cada uno de los detalles de una existencia pintada con la
realidad más abstracta.
Somos
protagonistas de un eterno tableu
vivant,
movidos por los hilos transparentes de un destino irreconocible,
solitarios en un mundo saturado de traficantes de almas. ¿Qué
recuerdas? Apenas un grupo de imágenes al azar, mitológicos seres
de corazón metálico que se deshacen entre lágrimas; ¿Son ciertos
esos recuerdos? La certeza de una vida de plástico, flexible ante
los impulsos perdidos de una figura de papel; ¿Fue un sueño?
Hologramas oníricos de un guión prefijado, de unas ideas insertadas
antes de nacer; ¿Qué fue entonces? Las sensaciones y sentimientos
plasmados a brochazos aleatorios, que conforman un laberinto en
bucle, sin principio ni final, lleno de emociones que estallan tras
un caos perfectamente ordenado. No existe el proceso. Entropía. Como
una pintura. Como aquella pintura de Edward Hopper: Nighthawks.
Hopper se dio cuenta que había pintado, de manera inconsciente, la
soledad de una gran ciudad. Nuestro mundo parece heredero de aquel
cuadro realista. El ojo del espectador. El ojo del voyeur. Partiendo
de una realidad, crea una abstracción de esa realidad,
fundamentalmente a través de la luz, la forma y el color. Como
nuestra ciudad. Como nuestro mundo. Los personajes poseen ojos
negros, oscuros, como balas que perforan el alma humana. ¿Sabes de
qué está hecha el alma humana? Seguro que no. ¿Nunca te has
equivocado de unicornio?
Volviendo
a la pintura, hay en Nighthawks
cierta atmósfera enajenante, pero también opresiva y
claustrofóbica. Una tensión agobiante que inunda cada rincón del
lienzo. Puedo respirar a través de mis ojos toda la presión urbana
de nuestra propia realidad. Nuestro presente. Nuestra ciudad. Te
contaré una cosa… es el único cuadro de Hopper que presenta un
ventanal curvo y hace visible el cristal, y dentro aparecen, como en
una pecera sellada, los personajes. Un recipiente herméticamente
cerrado. Como nosotros, atrapados en este planeta viciado por el
oxígeno corrupto de humanos y androides, de máquinas perfectamente
diseñadas, de corazones podridos de latir. Esos personajes destilan
la vida a través de una luz fría y descarnada. Rostros inexpresivos
que transmiten sensaciones universales que recorren el tiempo de
forma inmortal. Atemporal. Hopper era el más abstracto de los
pintores figurativos. Desmembraba la realidad en un compendio de
emociones que se podían intercambiar. Retales de figuras que se iban
cosiendo con pinceladas deshilachadas. Vidas pintadas para ser
observadas eternamente. Esas imágenes no se perderán como aquellas
lágrimas en la lluvia.
Aquella
noche el agua caía con la misma violencia con la que el amor te
sacude y cala hasta el centro del alma. El rostro de Roy centelleaba
con el brillo de los relámpagos, que iluminaban la escena. El blade
runner
había fracasado. Te agarrabas con fuerza sin querer caer al vacío,
aferrándote a la vida, como el mismo Roy quiso hacer ante su
creador. En ese momento lo entendió todo y supo que era la hora de
morir, que no había vuelta atrás, solo entonces comprendió lo que
era la vida, lo bello que había sido existir y contemplar todas
aquellas maravillas que la memoria se encargaría de borrar, de
eliminar, de retirar
del imaginario de las generaciones posteriores. Ni siquiera tenía la
esperanza de poder prolongar su intenso brillo más allá de aquella
lluvia que te empapaba las manos. Te ibas resbalando. Ibas a caer.
Ibas a morir. Sentiste miedo. Y entonces Roy te agarró. Sé que lo
recuerdas.
Lo
que te dijo en ese momento sigue resonando en tu cabeza. Se acabaron
los unicornios. La imagen que se repite una y otra vez en tu memoria
es la proyección de aquella palabra en tu mente. Se reproduce
continuamente de principio a fin. Es lo que se grabó a fuego en tu
inconsciente, lo que penetró en tu instinto seccionando los bordes
del discernimiento, creando una cicatriz que te recuerda que aquello
fue real. Es la evocación más real que tienes. La certeza más
aterradora que inunda tus sueños –los ficticios y los reales– de
un velo negro de angustia y opresión emocional. Un miedo frío.
Aquella palabra está adherida en tu cabeza y empapa tu subconsciente
con la sudoración del raciocinio más perturbado, como las gotas de
lluvia mojaban la viga de la que resbalaste. No puedes expulsarla. No
puedes olvidarla. No puedes borrarla. Treinta años después la
palabra en la que más has pensado es la que salió de los labios
mojados de Roy cuando te salvó de tu última caída, la misma que no
se produjo. Repítela. Repítela en voz alta Deckard.
Kinship!
Te
observo desde la distancia. Irán a buscarte. Te veré pronto.
Gaff.
Texto de Ramsés
Torres
Imagen de cabecera de Edward Hopper
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