Hace poco conocí a un hombre que me contó la historia más desastrosa y al mismo tiempo hermosa de la que yo tenga memoria. Él se llama Jacinto, un tipo de unos sesenta y pico de años, con más pelo sobre las orejas y la nuca que en la frente y la coronilla. La vez que lo conocí, estaba afuera de un bar, allá por el rumbo de Tacubaya, yo fui allí porque mis amigos me habían dejado botado y ese día en particular tenía necesidad de beber más. A esa hora, aún estaba cerrado.
-¡Eh!, Jaime. ¿Por qué chingados no has abierto?- pregunté a mi camarada de parrandas, el cantinero.
Me hizo señas para que guardara silencio y me explicó que estaba el dueño allá adentro. Suspiré, me di la vuelta y saqué un cigarrillo. Busqué en mis bolsillos pero no encontré encendedor, y fue ahí cuando vi a Jacinto. El poco pelo que le quedaba ya era más blanco que negro, lo traía descuidado. Una pequeña melena de unos ocho meses sin cortar, y además llevaba barba de semanas. No parecía pordiosero, pero si era un anciano a todas luces alcohólico y dejado. Llevaba zapatos Bostonianos desgastados, con una fisura en los pliegues de ambos, que dejaban ver un sucio calcetín a través de ellas. El pantalón café tenía por lo menos dos semanas de no lavarse, y la camisa otrora caqui, era un lastimoso recuerdo de lo que fue.
Noté que llevaba varios lapiceros en la bolsa de la camisa, y pude clasificarlo como oficinista de gobierno, tenía toda la pinta y sin duda, ya estaba gozando de los beneficios de su jubilación.
-Oye amigo- le dije. -¿Me prestas tu lumbre, por favor?- Le mostré mi cigarrillo sin encender a lo que asintió y me pasó su propio tabaco encendido para prender el mío.
Le agradecí con el cigarro en los labios, y al tiempo que le devolví el suyo, señalé con la cabeza y le dije: -Son ya las once de la mañana, es una chingadera que aún no abran, ¿no crees?.- Busqué situarme en la misma banca que él, dando por hecho que también esperaba que abrieran la cantina. Él estaba sentado en el respaldo de la banca, yo me senté como debe sentarse uno. Así que me miro hacia abajo y dijo, hablando entre dientes y cerrando los ojos:
-Hace ya tiempo que no sé a qué hora abren joven, yo vivo a dos calles de aquí y está banca ha sido mi lugar favorito para sentarme cuando empieza a calentar el sol, desde hace unos veinte años-
Me sentí un poco decepcionado porque mis dotes de analista estaban perdiendo efectividad, pero se disipó mi malestar al ver que Jacinto no me dejaba solo en la conversación. Sonreí y dije -Es extraño, he pasado muchas mañanas aquí y jamás lo había visto.-
Él volvió a entrecerrar los ojos y me dijo, -Aquí no es allá joven- y señaló con la nariz hacia adentro del bar.
Sonreí, y asentí.
Ambos le dimos una calada profunda a los cigarros y guardamos silencio unos segundos. Sin prisa, creo que para ambos era agradable hablar con un extraño.
-¿No te gusta? - Le dije- Entrar al bar...- Y me volteé para no ver mientras respondía.
Escuche que fumó de nuevo y me dijo -Claro que me gusta, pero llevo haciendo esto por años, y hasta hace un par de semanas no me había pasado el querer beber solo en casa- ahora volteé a mirarlo.
-Entiendo, yo hago lo mismo, pero mi casa está lejos y tengo ganas de beber- le contesté viendo al cantinero desaparecer detrás de las ventanas del bar.
-Sí, me ha pasado algunas veces también, pero si quieres invitarme unas cervezas, yo te llevo a mi casa y podemos beber ahí en lo que abren esta cantina- me dijo a la par que se bajaba de la banca y pude notar que era casi tan alto como yo.
Al principio dudé un poco, pero la resaca me estaba matando así que le dije -Está bien, yo compro las cervezas, dices que es a dos calles ¿verdad?- Él asintió y señaló hacia la esquina donde podríamos comprar unas latas de cerveza y supuse que también hacia allá será su casa.
Era una unidad habitacional de interés social, de los años sesenta deduje por la arquitectura, en esos tiempos los departamentos eran más grandes que los de ahora y estaban mucho mejor diseñados.
Jacinto vivía al fondo de una hilera de cuatro edificios de ocho departamentos cada uno, el suyo estaba en la planta baja, justo al final del predio.
Frente al departamento había un jardín, lleno de maleza seca, algunas latas de cerveza vacías, y dentro de lo que era el garaje, estaba un Chevy nova setenta y cinco, las molduras impecables, aunque oxidadas. La pintura era un desastre, se veía brotar herrumbre por el toldo, el cofre y la cajuela. Las llantas estaban completamente desinfladas y cuarteadas.
Era una lástima ver un auto de esos en esas condiciones, y para ser honesto, me recordaba mucho a su dueño. La desconfianza que había sentido al principio se desvaneció en cuanto cerré la puerta de malla que protegía el garaje, no tenía candado pero el pasador rechinaba bastante como para que alguien entrara sin hacer que se notase.
Dentro del departamento el olor a suciedad era asfixiante, basura rancia, ropa sucia, tabaco viejo, el característico olor a pies sudados, y baño sucio. Húmedo y bastante oscuro Gracias a unas cortinas que se veían de la misma edad del Chevy y que al parecer tenían lo mismo de no abrirse.
Jacinto me pidió las cervezas y dejo dos en la mesa de centro, se llevo las demás hacia la cocina. Escuche como se abría y se cerraba la puerta del refrigerador y un segundo después me llegó el olor a cebolla cortada.
Espere cortésmente a que abriera su cerveza para abrir la mía, pero ya estaba bastante sediento como para esperar un minuto más, el entendiendo mi actitud, me dijo -Adelante, con confianza, estoy buscando a mi gato- y siguió caminando hacia el final del pasillo, le hice caso y abrí mi lata, bebí casi la mitad de un trago y eructé levemente, mientras sacaba otro cigarro de mi chaqueta. Afortunadamente había comprado una caja de cerillos con las cervezas así que no tuve que perseguir a mi nuevo amigo para molestarlo con el fuego.
Me recargué y jalé un cenicero que me quedaba a la altura de la cara, aspiré el humo y sentí ese leve bajón de presión que te da cuando fumas de repente.
Miré detenidamente lo que había a mi alrededor y vi que todo el lugar estaba lleno de libros, no había televisión, pero si un equipo de sonido viejo, un estéreo Phillips con tornamesa y reproductor de cintas.
Era una belleza pero era algo que ya era viejo cuando yo era niño, vi que había un disco adentro y sin dudarlo metí la mano para poner la palanca y darle play, a esta hora, ya me interesaba bastante que es lo que Jacinto escuchaba.
En unos segundos escuché el barrido de la aguja por el vinyl y de inmediato sentí los movimientos del bajo en una estupenda obra de jazz, a los diez segundos la escobilla rascaba los platos de la batería y yo estaba en trance.
Un maullido me saco de mis fantasías.
Un enorme gato negro se metió por la ventana y aterrizó en mis piernas ronroneando y apretándose contra mi vientre, lo acaricié con la misma mano que usaba para fumar, pero a él no pareció importarle mucho.
Entonces quise llamar a Jacinto, adivine que este era su gato.
Jacinto llegó a los pocos segundos después que su gato, sonrió y me dijo que era raro que “el negro” se acercara alguien con tanta confianza. Yo terminé la primera cerveza y en el Phillips, Benny Carter ya me llevaba al paroxismo. La voz gastada y aguardientosa de jacinto me empezó a contar su historia, fumaba con sus dedos gordos y ásperos, fumaba hasta el filtro, como debe fumarse un cigarrillo, como fuman los hombres.
Me contó que estuvo casado hace mucho tiempo, que se enamoro de una chica de la universidad y se casó con ella.
Pero su afición por el trabajo, las chicas y el alcohol hicieron que fuera un pésimo marido, sin embargo, jamás dejo de amar a esa esposa.
Me contó que tuvieron tres hijos, el menor, vivía a hora con su novio en algún lugar de Inglaterra, se habían dejado de hablar desde que el muchacho se declaró homosexual. El segundo vivía con la madre en Boston, y por supuesto tampoco le escribía o llamaba. Me explicaba que este hijo es al que menos quería ver, es un paria, inútil y flojo niño rico, que tiene más de cuarenta años. El nuevo esposo de su exmujer era un hombre de negocios y había sabido darles una excelente vida, cosa que dejaba tranquilo a jacinto, tranquilo y escondido en su apartamento mugroso.
Sin embargo, y aquí suspiro, y fue por otro par de cervezas al refri. El primogénito, el hijo mas amado, había salido de este mismo departamento hacia ya dos décadas, se fue porque no soportó ver que su mamá se acostaba con un hombre que no era su padre, y porque su padre jamás notó que estaba siendo engañado. El sentido de lealtad hacia ambos padres hizo que tomara la salomónica decisión de salir y no ver las consecuencias del conflicto.
No supieron nada mas de él, pero jacinto siempre conservó la esperanza de volverlo a ver.
Y me dijo, -a ver muchacho, ¿quieres conocer la historia?
-Por supuesto- contesté
Entonces, es hora de abrir una botella. Se levantó sonriendo y fue hacia una de las puertas junto al baño, supongo que era una recamara, o una recamara usada como estudio.
-Estas botellas las he guardado para una ocasión especial, sin embargo, no creo que se presente mejor oportunidad, además, lloverá- dijo mientras miraba por un espacio entre as cortinas hacia el cielo de las dos de la tarde que efectivamente ya estaba nublado.
No puse objeción, entre las cervezas y el jazz, estaba por completo seducido por la personalidad de mi nuevo mejor amigo. Regresó del cuarto/estudio con dos botellas de Mcallan 12, y dos vasos de veladoras limpios.
Me sorprendí agradablemente cuando el sirvió y me dio un vaso a exactamente tres cuartos de lleno.
Pues bien, paso hace un par de años, por ahí de julio, ya ves como se ponen las tormentas en julio.
“Esa noche estaba en el bar del español, me gusta ese bar porque siempre hay chicas amables, te dejan ver sus muslos y el comienzo de sus senos, sonríen y te acarician la cabeza cuando pasan junto a tí, yo siempre he tenido cierta debilidad cuando alguien me acaricia la cabeza, no se porque, estoy seguro que mi madre lo habrá hecho alguna vez, pero no lo recuerdo de cierto.
Estaba bebiendo mezcal con cerveza, mucha cerveza, mucho mezcal. Eran ya las once de la noche así que pedí la cuenta, por esos años el Chevy aun funcionaba como caballo viejo.
Pero siempre fue imparable.
Miré por la ventana y la lluvia me dio un poco de fiaca, pero ya era hora de retirarse, dentro de poco el lugar se llenaría de chicos hermosos y escandalosos que pretenderán a las chicas del bar, y ellas pretenderán ser conquistadas y se irán con ellos. Hay ciertas cosas que un hombre de mi edad, prefiere no ver, así que pedí la cuenta y pague en efectivo. Deje la propina para la chica del vestido verde y le guiñe un ojo cuando me fui, ella estaba en la mesa de unos jóvenes de traje que bebían champaña, champaña en este bar, pensé. Ella sonrió y me envió un beso, uno de los chicos vio el gesto y gritó, ¡eh abuelo ¡no vaya a darte un infarto si te llevas a esta chica ¿eh? ¡tiene la vagina más poderosa de todo el barrio! lo ignoré y salí bajo los goterones de lluvia hacia mi Chevrolet, al llegar, las llaves resbalaron de mi mano cayendo un poco abajo del auto, así que tuve que ponerme de rodillas para sacarlas, estaban enlodadas. Abrí la palma de la mano y dejé que la lluvia la enjuagara. Ya estaba empapado, y estaba muy ebrio. Dudé en aparcar el auto y regresar en taxi, pero justo cayó un relámpago y me refugié dentro del auto.
Conduje estupendamente hasta dos calles de aquí, es decir, a dos calles de la casa, un imbécil en un auto de marica, porque solo un marica podría conducir un Prius en esta ciudad, se atravesó y casi le pego, gire rápidamente y el auto subió por la acera unos dos o tres metros bajándose casi de inmediato. El marica, detuvo su auto y me gritaba insultos en inglés. Entonces tal vez no era marica, solo Americano, que es lo mismo. Bajé del auto, y arroje medio cigarrillo al americano, este se quemó un poco el cuello y gritoneo furioso. -Hey amigo, si haz sido tu él imbécil que salió de la calle sin mirar, ¿por qué me jodes?- el tipo también bajó del auto y se acercó rápidamente a mí, cuando estuvo al alcance y sin mediar palabra lo abofeteé, su mirada de incredulidad debió ser grabada el alguna película de lo hermosa que fue. Todo su traje, bastante fino por cierto se estaba mojando al igual que yo.
De la nada, me golpeo en el estómago, caí como costal, la cerveza y el mezcal no ayudaban en mi oficio de boxeador. En el piso, me pateó otra vez en el estómago, y luego giré para protegerme y me pateó las costillas, quedé boca a bajo y me volvió a patear, esta vez en el centro del culo. Hay cosas que no puedes tocar de un hombre, el culo, por ejemplo. Doble las rodillas y trate de levantarme, pero vomite. Todo el mezcal y la cerveza que había pagado hace poco a la chica del vestido verde estaban saliendo de mi boca, desperdiciados, y yo solo podía pensar en los billetes que me costo todo ese alcohol, y en la chica del vestido verde con la vagina más poderosa del barrio, y también pensé en mi culo recién pateado.
Cuando me levantaba, el americano pensó que yo estaba vencido porque se acerco demasiado y su cara era ahora de asustado, aproveche y le arroje un puño de tierra y lodo a la cara, le atine en los ojos, y fue mi oportunidad. El hombre era un poco mas alto que yo, pero pesaba unos veinte kilos menos, tenia figura atlética, pero no era hostil para nada, no para este barrio, no para este viejo. Se frotaba los ojos llenos de vomito y lodo cuando le enterré la rodilla en los testículos, ya hablamos que hay dos cosas que no tocas de un hombre, el me pateo el culo, yo le pateé las bolas.
Estaba hincado retorciéndose de dolor, cuando lo agarré del cuello y comencé a apretar, y a apretar, de pronto sentí como algo o alguien me jalaba hacia atrás y me tomaba del cuello mientras me torcía el brazo izquierdo hacia los riñones.
Había llegado la policía.
Nos llevaron presos a ambos, y pasamos la noche en prisión.
No tuve problemas en hacer amistades, del americano no supe porque lo apartaron en otra celda. Esa noche la pasamos contando chistes entre todos los vagos que estaban ahí, de hecho, encontré a algunos amigos de la secundaria y no la pase nada mal, hasta eso de las cinco de la mañana que el frío comenzó a calarme como demonio, y mi ropa seguía aun mojada.
Al amanecer, vinieron por mi.
El oficial me sacó y dijo que no había mas cargos, y que me largara.
Pagué la multa por el arrastre del auto al corral de la policía y salí con rumbo a mi departamento a eso de las ocho de la mañana.
El auto no podría andar mas, tendría que mandar a reparar el golpe a la banqueta de la noche anterior.
Cuando llegué, mi vecino, el anciano que vive arriba de nosotros, bajo de inmediato y me toco a la puerta.
No tenía ánimos de escuchar quejas o contar chismes. Pero este vecino tenia la amabilidad de alimentar a mi gato, y era un a cosa que ni siquiera hacia yo todos los días, el si, y por eso abrí la puerta para escuchar lo que tenía que decir.
-¡Jacinto ayer te vinieron a buscar!- quién carajos podría buscarme, pensé en algunas opciones que deseché de inmediato. -¿Pues como quién?- Abrí la boca para ya echarlo de mi puerta cuando dijo
-¡Tu hijo, el mayor! Te dejó algo de dinero, una carta, y una foto mira!-
Tomé el paquete que me daba, y comencé a abrirlo, sentí mucha emoción y me temblaban las manos, era eso o la resaca.
-Estuvo esperándote hasta eso de las once de la noche pero tenÍa que volver a su hotel, su esposa lo estaba buscando cuando se tuvo que marchar- Yo abrí el sobre y vi unos billetes de cien dólares, después una carta, y la foto de un hombre joven y bien vestido, abrazando a un hermosa rubia, tenían ambos una bebe entre los brazos.
-Oye jacinto, ¿menudo auto ha comprado tu hijo eh? ¿A que no adivinas que coche es?- Miré detrás de la familia en la foto y vi el auto blanco, reluciente, y solo dije:
-Un Prius-
-Carajo, ¿Cómo adivinaste?-"
Relato de Mario Treviño
Imagen de Pixabay
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