Digamos que estamos en una habitación con mesas. Encima de las mesas hay vasos fríos. Las conversaciones circulan alrededor de gente sentadas en sillas. La música, que nadie escucha, refleja en las paredes, se diluye, queda ausente. También podemos encontrar espejos, cuadros, vidrios…se ve la calle desde adentro como si fuera feliz ahí afuera, y en un instante en el que nadie presta atención, ocurre, alguien cierra los ojos.
Es conocido que aún con los ojos cerrados, en ocasiones, las imágenes siguen vivas en la cara interna del párpado. La persona que los ha cerrado se llama…bueno, no es determinante para esta historia, diremos que es una mujer, de cabello moreno, ojos negros. Dentro de su pecho la sístole anima a la diástole en su arrastre rutinario, aunque ésta última le recuerda que todavía está triste, distante. La sangre está caliente porque sus nervios están calientes. Está triste, lo hemos dicho, y ella lo sabe, si bien todo final trae consigo un principio nuevo.
En otro punto de la habitación dos ojos se han quedado fijos en un mismo eje. En este fragmento de tiempo congelado sus ojos se han quedado muy abiertos. Se han quedado a punto de expresar energía pura, explosión, euforia. Él es curioso, se fija en los detalles de ella. Sólo los curiosos regalan tiempo, se aventuran en descubrir, destapar las pequeñas diferencias. En la búsqueda de esos detalles una sinapsis se ha quedado a media distancia de su siguiente neurona. El cerebro, en su afán de construir cadenas de impulsos, llegará a una idea: ir a la costa, ver el mar.
En la habitación sigue habiendo un número plural de personas; en un extremo hay una mujer al lado de una ventana, y en el opuesto, un hombre cerca de una puerta que se abre pero también se cierra. Luego, otro instante, ya es común, nadie vuelve a prestar atención. Un niño balbucea, descubre su voz firme con su primera palabra. Aparentemente todo es igual. Aparentemente no ha ocurrido nada. Los vasos permanecen fríos, la música que existe pero nadie escucha continúa reflejando en las paredes; espejos, cuadros, vidrios; el mundo suma otro instante, y ahora los ojos de la mujer de cabello moreno y ojos negros están abiertos. Sus pestañas se movieron hacia arriba.
Es conocido que aún con los ojos cerrados, en ocasiones, las imágenes siguen vivas en la cara interna del párpado. La persona que los ha cerrado se llama…bueno, no es determinante para esta historia, diremos que es una mujer, de cabello moreno, ojos negros. Dentro de su pecho la sístole anima a la diástole en su arrastre rutinario, aunque ésta última le recuerda que todavía está triste, distante. La sangre está caliente porque sus nervios están calientes. Está triste, lo hemos dicho, y ella lo sabe, si bien todo final trae consigo un principio nuevo.
En otro punto de la habitación dos ojos se han quedado fijos en un mismo eje. En este fragmento de tiempo congelado sus ojos se han quedado muy abiertos. Se han quedado a punto de expresar energía pura, explosión, euforia. Él es curioso, se fija en los detalles de ella. Sólo los curiosos regalan tiempo, se aventuran en descubrir, destapar las pequeñas diferencias. En la búsqueda de esos detalles una sinapsis se ha quedado a media distancia de su siguiente neurona. El cerebro, en su afán de construir cadenas de impulsos, llegará a una idea: ir a la costa, ver el mar.
En la habitación sigue habiendo un número plural de personas; en un extremo hay una mujer al lado de una ventana, y en el opuesto, un hombre cerca de una puerta que se abre pero también se cierra. Luego, otro instante, ya es común, nadie vuelve a prestar atención. Un niño balbucea, descubre su voz firme con su primera palabra. Aparentemente todo es igual. Aparentemente no ha ocurrido nada. Los vasos permanecen fríos, la música que existe pero nadie escucha continúa reflejando en las paredes; espejos, cuadros, vidrios; el mundo suma otro instante, y ahora los ojos de la mujer de cabello moreno y ojos negros están abiertos. Sus pestañas se movieron hacia arriba.
Texto de Jairo Gavidia
Ilustración de Saray Pavón
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