Imaginar que uno pinta; realidad que no se materializa porque todo está en la caverna del cráneo. Pensar que uno está pintando; sentado en el bar, paseando al perro, tumbado en el sofá uno piensa que está terminando un gran cuadro. Lo bueno de esto es que uno puede hacer los cuadros más grandes del mundo, las Capillas Sixtinas más sorprendentes. Pero todo en la infranqueable sala de la cabeza, a la vista de nadie. Te conviertes en ermitaño dentro de tu ermita cerrada a prueba de terremotos. Claro que uno puede contar sus cuadros, describir su gran obra, pero la gente se cansa de guardar cola para entrar donde no es posible entrar, y se van pensando que se les ha tomado el pelo. Aun así se le coge gusto a pintar sin pintar, y uno va diciendo por ahí que es artista pero que no es posible enseñar a nadie su ingente obra. Créame, es cuestión de fe, soy el autor del cuadro más grande del mundo y jamás me he manchado las manos.
Texto e ilustración Garven
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