Salir a pintar o a dibujar por ahí, sólo con el bloc, sin lápices, pintura ni ningún tipo de material. Sólo la cuadratura del papel bajo el sobaco. Entonces las manos vuelven a su origen primitivo de cangrejos de patas fuertes, uñas como dientes de castor que rascan para sacar blancos. Dedos criminales. El amanuense tiene que buscar el pigmento: despachurrar flores sobre el papel, si es que en esa época del año hay flores; frotar con la verdura de la mala hierba; mojar los dedos en los charquitos de grasa que han dejado algunos coches aparcados; pringar el chocolate de un bollicao sin terminar que un muchacho ha arrojado en la papelera del parque. O enterrar la hoja bajo el légamo de un río o un estanque, unos días en el reino del hongo y el gusano. Desenterrarla después manchada por los azares del inframundo.
Texto e ilustración Garven
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