Estamos huérfanos de Bud. Ayer pensé en esto de que Bud murió no hace mucho. Así que abofeteé a un oso grande de peluche que tengo en el sofá y el oso rodó blando y mudo por el suelo; nada parecido a los hombres arrojados a hostias por los tejados de Bud. Lo hice como un bonito homenaje para él; como un sketch a modo de elegía para él. Pero me quedó un abuso idiota a un osezno nacido muerto. Nada que ver con Bud.
Bud tenía la tristeza de los gigantes que dijo el poeta. Pienso que hoy, en aquel cielo tradicional de azules polares donde van a parar los muertos buenos, tiene que haber escándalo de plumas como copos de una intensa nevada porque Bud estará repartiendo hostias con la mano abierta a los ángeles, y éstos quedan con los ojos haciendo aspas en los jardines blancos del paraíso. Allá dios ríe a carcajadas y los ángeles ofrecen otra vez la cara a la mano sopera de Bud por ver al todopoderoso doblarse de la risa; puede que Bud esté ya un poco cansado y enfadado por esto y mire mal al gordo, cano y barbudo dios, que es un tipo parecido a él.
En las guerras de Bud no moría nadie; todos eran graciosamente derribados; abatidos en lo alto de las casas. Un vaquero enemigo caía en la bañera del ático donde una señora en pelotas gritaba y corría hacia un primer plano con el brazo cubriéndose el pecho y la otra mano en la entrepierna. En las emboscadas de Bud, alguien escupía algunos dientes, pero nada más; nada que un Espidifen no pueda aliviar. Bud Spencer de la mano de Terence Hill como un Obélix y Astérix italianos en las tabernas de Almería. Ellos respetaban a los malos con bofetadas y vodeviles, les daban la oportunidad de pensar en el tejado frotándose la cara por el escozor. La mano de Bud como logo en todas las banderas, justicia amiga sin pena capital. Jamás se mancharon de sangre las manos calientes de Bud.
Echo de menos tus sopapos en el cine (y a lo mejor fuera del cine) Bud. Ahora todo huele a colonia cara y pistola nueva, se lleva admirar héroes cuadrados y muchachas con metales de gimnasio. Un montón de mierda, Bud. Banana Joe, Dos granujas en el Oeste. Recuerdo aquel abuelo en Colorado o por ahí, muy malito; y apareciste tú y te viste en la tesitura de decir que eras el doctor ¿recuerdas?, no sé si la hija del abuelo te suplicaba que curaras al viejo. Y vas tú y haces un mejunje con un poco de aguardiente y pólvora que sacas de una bala, y se lo das al abuelo. Y va éste y empieza a tirarse unos cuescos como un demonio y la casa tiembla y la chica te abraza llorando y agradecida de ver al abuelo blincar por la alcoba. Qué puntazo, Bud. Todo esto amenizado con tipejos volando por ahí, redimidos con las palancas de tus brazos.
Me he reído mucho con tus pelis, Bud, con la metáfora de tus tortas que respetaban la vida y abrían el conocimiento a los golpeados. Pienso si alguna vez me he pegado con alguien; sí, recuerdo ahora; y fue desagradable, Bud. Aquello fue otra cosa distinta a lo tuyo; hubo empujones, agarrones de la pechera, algunas patadas, gafas en el suelo y muchos insultos, pero ni un puñetazo; qué curioso, si habíamos visto tanto wéstern por qué insistíamos en una menestral lucha griega. Luego, una vez que un par de amigos se entrometían para separarnos (algo que estábamos deseando), los dos rivales llorábamos con una aparente rabia y esto nos daba mucha vergüenza. Sí, creo que en el fondo nos compadecíamos uno del otro. Nada que ver contigo, Bud.
Bud tenía la tristeza de los gigantes que dijo el poeta. Pienso que hoy, en aquel cielo tradicional de azules polares donde van a parar los muertos buenos, tiene que haber escándalo de plumas como copos de una intensa nevada porque Bud estará repartiendo hostias con la mano abierta a los ángeles, y éstos quedan con los ojos haciendo aspas en los jardines blancos del paraíso. Allá dios ríe a carcajadas y los ángeles ofrecen otra vez la cara a la mano sopera de Bud por ver al todopoderoso doblarse de la risa; puede que Bud esté ya un poco cansado y enfadado por esto y mire mal al gordo, cano y barbudo dios, que es un tipo parecido a él.
En las guerras de Bud no moría nadie; todos eran graciosamente derribados; abatidos en lo alto de las casas. Un vaquero enemigo caía en la bañera del ático donde una señora en pelotas gritaba y corría hacia un primer plano con el brazo cubriéndose el pecho y la otra mano en la entrepierna. En las emboscadas de Bud, alguien escupía algunos dientes, pero nada más; nada que un Espidifen no pueda aliviar. Bud Spencer de la mano de Terence Hill como un Obélix y Astérix italianos en las tabernas de Almería. Ellos respetaban a los malos con bofetadas y vodeviles, les daban la oportunidad de pensar en el tejado frotándose la cara por el escozor. La mano de Bud como logo en todas las banderas, justicia amiga sin pena capital. Jamás se mancharon de sangre las manos calientes de Bud.
Echo de menos tus sopapos en el cine (y a lo mejor fuera del cine) Bud. Ahora todo huele a colonia cara y pistola nueva, se lleva admirar héroes cuadrados y muchachas con metales de gimnasio. Un montón de mierda, Bud. Banana Joe, Dos granujas en el Oeste. Recuerdo aquel abuelo en Colorado o por ahí, muy malito; y apareciste tú y te viste en la tesitura de decir que eras el doctor ¿recuerdas?, no sé si la hija del abuelo te suplicaba que curaras al viejo. Y vas tú y haces un mejunje con un poco de aguardiente y pólvora que sacas de una bala, y se lo das al abuelo. Y va éste y empieza a tirarse unos cuescos como un demonio y la casa tiembla y la chica te abraza llorando y agradecida de ver al abuelo blincar por la alcoba. Qué puntazo, Bud. Todo esto amenizado con tipejos volando por ahí, redimidos con las palancas de tus brazos.
Me he reído mucho con tus pelis, Bud, con la metáfora de tus tortas que respetaban la vida y abrían el conocimiento a los golpeados. Pienso si alguna vez me he pegado con alguien; sí, recuerdo ahora; y fue desagradable, Bud. Aquello fue otra cosa distinta a lo tuyo; hubo empujones, agarrones de la pechera, algunas patadas, gafas en el suelo y muchos insultos, pero ni un puñetazo; qué curioso, si habíamos visto tanto wéstern por qué insistíamos en una menestral lucha griega. Luego, una vez que un par de amigos se entrometían para separarnos (algo que estábamos deseando), los dos rivales llorábamos con una aparente rabia y esto nos daba mucha vergüenza. Sí, creo que en el fondo nos compadecíamos uno del otro. Nada que ver contigo, Bud.
Texto e imagen de Garven
Que verdad más grande,que grandes momentos humorísticos nos dio este gigante de buen corazón.
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