Maripaz tenía un tono optimista en el móvil para las llamadas entrantes. Mientras se le enfriaba el café hablando por teléfono me dio por mirar en el mío algo por internet. Y apareció, no sé cómo, lo del Halley; el cometa Halley: Hielos volátiles, agua, dióxido de carbono, amoníaco y polvo; se acerca por temporadas desde el medievo “Isti mirant stella”, luego 1910, 1986 y hay una previsión para el próximo 2061. Como Maripaz colgó, no miré más, hablamos algo y pagamos luego. Pero yo iba con el cometa en el bolsillo para verlo despacio en casa. El Halley de mil novecientos ochenta y seis.
Cuando el Halley de milnovecientosochentaiseis yo tenía quince años y lo veíamos desde el Miradero, que era donde mejor se veía «los científicos dicen… los científicos creen… si desviara la órbita… hay un protocolo en caso de que… agua, dióxido, amoníaco y polvo» Con el Halley tuve conciencia de que el cielo no era un decorado con luces programadas y que a lo mejor era verdad eso del espacio. El Halley se veía muy pequeño y tranquilo, luciente de noche y blanco tiza por la mañana; tirado por ahí arriba nadie diría que llevaba la velocidad que decían. La cola como un ciprés albino y tumbado; como un dardo de plumas del primer Lucifer hacia la diana solar. El Halley me trajo a Juampablo segundo te quiere todo el mundo, discos de vinilo, libros de biblioteca y a Rafaela Carrá; también cómics de Manara, jeringas con sangre, mayras, chichos y las primeras mamachichos. Yo no había tenido novia en la vida y ahora la tenía; el pequeño Halley me rondaba por la bragueta y reflectaba su luz en mis gafas de lejos. Para ver a la novia yo tenía que subir por el Miradero, pasar entre el arco caliente de la cola del Halley, cogernos de la mano y darnos un beso largo copiado de las películas escondidos bajo el sobaco mudéjar de alguna iglesia. Decíamos que ese cometa tenía que ser macho, a lo mejor era hembra, para mí que era maricón; marica con pluma «Es una ocasión única para ver al cometa cuyo último avistamiento data de 1910… Si se le ocurre al Halley… hay un protocolo en caso de que… agua, dióxido, amoníaco y polvo».
El Halley como una niña vestidita de comunión arrojada a la hoguera; un apóstol con la melena al viento sobre una moto astral; una zurraspa blanca en las bragas azules de mamá Tierra; la leche pajera y púber vertida en los lavabos. Hielos volátiles. El Halley tenía loco al científico, todo el día con el ojo pegado al telescopio para ver lo que había bajo la falda del cometa. El Halley a lo mejor quería frenar pero no había manera, siempre la ruta elíptica de su scalextric. El caso es que parecía parado en el cielo, detenido en el andén del mundo. El autobús del Halley dejaba turistas que no compraban nada. Es un cometa contradictorio (amoníaco y polvo, hielos volátiles) que me traía revistas porno, la OTAN, suspensos en matemáticas, la Olivetti y algún Marlboro. El Halley se llevó a mi novia «Te quiero pero como amigo» ella se fue a horcajadas sobre la gran cola peluda y aventada del cometa; corrían por el limbo sin nubes. El Halley era mi novia vestida de blanco que ascendió a los cielos. Nos trajo a Sabrina como una nueva madre redentora mucho antes que María; cuando José Luis Laguía era el rey de la montaña «Si su órbita cambiara… sería un acercamiento excesivo, si la órbita cruzara con…» Pero no se salía nunca del rail rojo y elíptico dibujado por el astrónomo. A pesar de lo lejos el cometa atufaba a gas butano, a frío de la calle y a vino de cartón. Y si te acercabas un poco más, en una hora sin nadie en el Miradero, oías al Halley cantando copla y la risa orgiástica de mi exnovia.
Echando cuentas me sale que para el dos mil sesenta y uno, para la próxima parada del Halley, yo tendría noventa años, figúrate. Pienso que llegará con mi exnovia adolescente y montaraz subida encima, preñada de mí (quiero decir que el bebé que espera soy yo; no que yo la hubiera preñado. El padre, mi padre sería el Halley) y mamá daría a luz en el Miradero amamantándome unos días hasta que se fueran volando otra vez. Así ochenta veces.
Cuando el Halley de milnovecientosochentaiseis yo tenía quince años y lo veíamos desde el Miradero, que era donde mejor se veía «los científicos dicen… los científicos creen… si desviara la órbita… hay un protocolo en caso de que… agua, dióxido, amoníaco y polvo» Con el Halley tuve conciencia de que el cielo no era un decorado con luces programadas y que a lo mejor era verdad eso del espacio. El Halley se veía muy pequeño y tranquilo, luciente de noche y blanco tiza por la mañana; tirado por ahí arriba nadie diría que llevaba la velocidad que decían. La cola como un ciprés albino y tumbado; como un dardo de plumas del primer Lucifer hacia la diana solar. El Halley me trajo a Juampablo segundo te quiere todo el mundo, discos de vinilo, libros de biblioteca y a Rafaela Carrá; también cómics de Manara, jeringas con sangre, mayras, chichos y las primeras mamachichos. Yo no había tenido novia en la vida y ahora la tenía; el pequeño Halley me rondaba por la bragueta y reflectaba su luz en mis gafas de lejos. Para ver a la novia yo tenía que subir por el Miradero, pasar entre el arco caliente de la cola del Halley, cogernos de la mano y darnos un beso largo copiado de las películas escondidos bajo el sobaco mudéjar de alguna iglesia. Decíamos que ese cometa tenía que ser macho, a lo mejor era hembra, para mí que era maricón; marica con pluma «Es una ocasión única para ver al cometa cuyo último avistamiento data de 1910… Si se le ocurre al Halley… hay un protocolo en caso de que… agua, dióxido, amoníaco y polvo».
El Halley como una niña vestidita de comunión arrojada a la hoguera; un apóstol con la melena al viento sobre una moto astral; una zurraspa blanca en las bragas azules de mamá Tierra; la leche pajera y púber vertida en los lavabos. Hielos volátiles. El Halley tenía loco al científico, todo el día con el ojo pegado al telescopio para ver lo que había bajo la falda del cometa. El Halley a lo mejor quería frenar pero no había manera, siempre la ruta elíptica de su scalextric. El caso es que parecía parado en el cielo, detenido en el andén del mundo. El autobús del Halley dejaba turistas que no compraban nada. Es un cometa contradictorio (amoníaco y polvo, hielos volátiles) que me traía revistas porno, la OTAN, suspensos en matemáticas, la Olivetti y algún Marlboro. El Halley se llevó a mi novia «Te quiero pero como amigo» ella se fue a horcajadas sobre la gran cola peluda y aventada del cometa; corrían por el limbo sin nubes. El Halley era mi novia vestida de blanco que ascendió a los cielos. Nos trajo a Sabrina como una nueva madre redentora mucho antes que María; cuando José Luis Laguía era el rey de la montaña «Si su órbita cambiara… sería un acercamiento excesivo, si la órbita cruzara con…» Pero no se salía nunca del rail rojo y elíptico dibujado por el astrónomo. A pesar de lo lejos el cometa atufaba a gas butano, a frío de la calle y a vino de cartón. Y si te acercabas un poco más, en una hora sin nadie en el Miradero, oías al Halley cantando copla y la risa orgiástica de mi exnovia.
Echando cuentas me sale que para el dos mil sesenta y uno, para la próxima parada del Halley, yo tendría noventa años, figúrate. Pienso que llegará con mi exnovia adolescente y montaraz subida encima, preñada de mí (quiero decir que el bebé que espera soy yo; no que yo la hubiera preñado. El padre, mi padre sería el Halley) y mamá daría a luz en el Miradero amamantándome unos días hasta que se fueran volando otra vez. Así ochenta veces.
Texto e imagen de Garven
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