Yo siempre había odiado las moscas; el cosquilleo que hacen al posarse sobre la frente o la calva -transcurridos los años da lo mismo-; el ruido como de pequeños aviones que hacen al zumbar por las orejas. Pero lo verdaderamente horrible es cómo se posan en nuestros ojos abiertos que ya no podemos cerrar, cómo se meten en el hueco de nuestras narices, cómo entran en grupo en nuestra boca abierta que quisiéramos mantener cerrada, sobre todo cuando hemos quedado tendidos cara al sol, con un rifle bajo el hombro, pues no tuvimos tiempo de usarlo.
Fragmento de José María Méndez
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