A veces tenemos sueños felices,
dulces y hermosos. Otras veces los sueños empiezan bien, pero acaban deformándose
hasta convertirse en pesadillas. Entonces despertamos en mitad de la noche,
agitados, vigilando la negrura de nuestro alrededor, y no muy convencidos
volvemos a apoyar la cabeza en la almohada. En ese momento estamos demasiado
asustados para volver a dormirnos, y nos quedamos alerta, no vaya a ser que aún
quede algo de la pesadilla escondido en las sombras, o que tengamos otra aún peor
que la anterior. Incluso estamos dispuestos a pasar lo que queda de la noche
sin volver a pegar ojo con tal de no arriesgarnos.
Pero en la mayoría de los
casos, nos iremos reponiendo poco a poco. Al fin y al cabo es inevitable, el cuerpo
nos pide reposo. Entonces optamos por probar suerte de nuevo, dejarnos llevar
sin saber muy bien qué será esta vez: sueño o pesadilla. Lo que sí tenemos
claro es que no podemos dejar que una mala experiencia nos arruine el resto de
la noche, ya que sus horas son limitadas y la cegadora luz del sol llegará,
hayamos descansado o no. Algo nos dice que, sin descanso, clavados en la cama
con los ojos como platos por temor a otra mala experiencia, la noche sería
desperdiciada, infeliz, aburrida. Por eso nos arriesgamos, una y todas las
veces que hagan falta.
Te deseo buenas noches.
Texto de Román Pinazo
Imagen La Pesadilla de John Henry Fuseli
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