Pip tenía 42 años y llevaba una racha de terribles terrores nocturnos. Había intentado leer noticias económicas para aburrirse, tomar infusiones y cápsulas de melatonina. Nada parecía calmarle del todo.
Aquella noche, al acostarse, empezó a temblar. Últimamente dormía solo en la enormidad de la cama de 135.
A eso de las 2 despertó sudando, a pesar del frío, y aterrorizado. Se tapó con las mantas hasta la nariz y empezó a mirar cada rincón oscuro del dormitorio. El silencio era acojonante a pesar de vivir cerca de una avenida con bastante tráfico. Esa noche todo era quietud y oscuridad.
Escuchó como un rasguñar tras la puerta del armario empotrado, lacado en blanco, del dormitorio. Asustado se levanto y abrió la puerta de repente. Esperaba encontrar allí a cualquier figura terrible y deforme, un monstruo cualquiera con cara de Donald Trump, Christine Lagarde o Santiago Abascal. Lo que vio le dejo descolocado. Era un señor con bigote recortadito y traje gris, marcadas ojeras y despeinado, que firmaba con una pluma cara una montaña de papeles.
–¿Pero que hace usted aquí? –preguntó Pip.
–Soy un malvado jefe de recursos humanos.
Levantó la vista de la montaña de papeles que tenía apoyada sobre las cajas de zapatos que guardaba la mujer de Pip en el armario.
–Estoy firmando cartas de despido. Me cuelo en los sueños de las victimas para verles llorar en sus sueños. Así me motivo.
Pip miró la montaña de papeles. La siguiente carta en la montaña de documentos tenia su nombre en el encabezado. "Estimado Sr. Pip. Reunido el consejo de administración...", podía leerse.
De repente le vino a la cabeza “Lucha de gigantes” de Antonio Vega y Pip gritó “en un mundo descomunal siento mi fragilidad”.
El jefe de recursos humanos soltó una carcajada terrorífica que sonó a portazo en una oficina del INEM.
El ruido debió despertar a Pip acurrucado en la cama. Pip tiene una radio pequeñita en la mesilla de su lado de la cama. La encendió para que se le pasase el mal trago. Sonaba “Lucha de Gigantes” de Antonio Vega: “...creo en los fantasmas terribles de algún extraño lugar, y en mis tonterías para hacer tu risa estallar en un mundo descomunal...”
Aquella noche, al acostarse, empezó a temblar. Últimamente dormía solo en la enormidad de la cama de 135.
A eso de las 2 despertó sudando, a pesar del frío, y aterrorizado. Se tapó con las mantas hasta la nariz y empezó a mirar cada rincón oscuro del dormitorio. El silencio era acojonante a pesar de vivir cerca de una avenida con bastante tráfico. Esa noche todo era quietud y oscuridad.
Escuchó como un rasguñar tras la puerta del armario empotrado, lacado en blanco, del dormitorio. Asustado se levanto y abrió la puerta de repente. Esperaba encontrar allí a cualquier figura terrible y deforme, un monstruo cualquiera con cara de Donald Trump, Christine Lagarde o Santiago Abascal. Lo que vio le dejo descolocado. Era un señor con bigote recortadito y traje gris, marcadas ojeras y despeinado, que firmaba con una pluma cara una montaña de papeles.
–¿Pero que hace usted aquí? –preguntó Pip.
–Soy un malvado jefe de recursos humanos.
Levantó la vista de la montaña de papeles que tenía apoyada sobre las cajas de zapatos que guardaba la mujer de Pip en el armario.
–Estoy firmando cartas de despido. Me cuelo en los sueños de las victimas para verles llorar en sus sueños. Así me motivo.
Pip miró la montaña de papeles. La siguiente carta en la montaña de documentos tenia su nombre en el encabezado. "Estimado Sr. Pip. Reunido el consejo de administración...", podía leerse.
De repente le vino a la cabeza “Lucha de gigantes” de Antonio Vega y Pip gritó “en un mundo descomunal siento mi fragilidad”.
El jefe de recursos humanos soltó una carcajada terrorífica que sonó a portazo en una oficina del INEM.
El ruido debió despertar a Pip acurrucado en la cama. Pip tiene una radio pequeñita en la mesilla de su lado de la cama. La encendió para que se le pasase el mal trago. Sonaba “Lucha de Gigantes” de Antonio Vega: “...creo en los fantasmas terribles de algún extraño lugar, y en mis tonterías para hacer tu risa estallar en un mundo descomunal...”
Texto de Antonio Ramírez
Imagen de Pixabay
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