Anteriormente en El Cazador De Dioses...
La música sepultaba los pasos de Palmer. Cuando llegó a la cocina se asomó con prudencia y encontró allí al cavernícola. Había destrozado uno de los altavoces, pero aún quedaban otros tres que no se atrevía a tocar. Habría sufrido una descarga eléctrica a través del metal de su lanza y eso debió ser suficiente para disuadirlo, así que ahora se limitaba a mirar con resentimiento a las fuentes de aquel sonido tan molesto.
Aunque estaba muerto de miedo, el cocinero pidió a los pilotos que cortaran la música. Después de que lo hicieran, salió de su escondite blandiendo dos cuchillos y gritando de forma amenazante. El cazador no tardó en responder a la provocación y se dispuso a atacarlo, teniendo que correr de nuevo tras su presa cuando ésta se dio a la fuga.
Palmer hizo que lo siguiera por los pasillos hacia el módulo auxiliar, una pequeña nave que podía desprenderse del resto con espacio para quince personas, que disponía además de tres trajes espaciales. Aunque sólo necesitaba uno.
– Funciona. Me persigue.
– Bien. Módulo abierto y listo para cerrarse – le respondió Clark.
Cuando el cocinero estaba a punto de alcanzar la puerta les dio la señal, consiguiendo que se cerrara justo después de haber pasado él y justo antes de que lo hiciera el cavernícola, que, frustrado, se puso a golpearla con la tubería. Aún podían verse mutuamente a través de la doble ventanilla. Palmer no perdió un segundo. Tiró los cuchillos y se enfundó a toda prisa uno de los trajes espaciales. Ni siquiera contestó a Lewis cuando éste le preguntaba por su situación.
– Estoy bien – dijo en cuanto terminó –. Abrid y esperad a mi señal.
La doble puerta que comunicaba el módulo con el resto de la nave se retiró para dejar paso al cazador, que no desaprovechó la oportunidad para abalanzarse sobre Palmer, tumbándolo en el suelo. Intentó sin éxito atravesarlo con su lanza, pues la coraza que llevaba era demasiado resistente. Palmer aprovechó para contraatacar, golpeándolo repetidamente hasta reducirlo. Quiso incorporarse, pero el traje pesaba demasiado y le hubiera costado más tiempo del que disponía, así que prefirió gatear hasta la puerta. Dejó el comunicador encendido para cuando tuviera que indicar a los pilotos que cerraran. Le pillara a él fuera o dentro, aquel desgraciado no volvería a campar a sus anchas por la nave.
Tras un grito de rabia que emitió cavernícola, Palmer se giró un instante y descubrió que no lo había dejado tan atrás como pensaba. Se estaba arrastrando hacia él sin fuerzas, debido a la paliza. Ambos apretaron el ritmo y el cocinero, sin estar seguro de si sus piernas quedaban o no fuera del marco de la puerta, ordenó a los pilotos que cerraran. Éstos obedecieron.
Durante unos segundos, el puente de mando quedó sumido en el silencio y la incertidumbre.
– Elvis ha salido del edificio – dijo Palmer aliviado, casi sin aliento. Lewis y Clark no tenían ni idea de quién era ese al que se refería, pero por su tono dedujeron que su compañero se encontraba a salvo y que el plan había funcionado.
Lewis se levantó y fue corriendo a ayudar al cocinero. Lo encontró tendido en el suelo boca abajo, aún con el traje espacial. Se había quitado el casco, pero no podía incorporarse. El espécimen estaba encerrado en el módulo, golpeando la doble puerta.
– Quieres salir, ¿verdad, cabrón? – dijo el copiloto. Después habló a su compañera a través del comunicador.
– Clark, expulsa el módulo auxiliar.
El cavernícola empezó a alejarse poco a poco. Sus golpes se volvieron más furiosos y desesperados, aunque ya no se oían desde el otro lado. Lewis ayudó a Palmer a despojarse del traje espacial. Éste se encontraba dolorido. Las lanzadas que había recibido en el pecho no lo habían atravesado, pero aún así fueron contundentes. Cuando terminaron, el cocinero se incorporó y echó un vistazo. Se sorprendió al encontrar al salvaje algo menos agresivo, limitándose a clavar sus ojos con desprecio en aquellos que lo habían derrotado. Éstos le devolvieron la mirada por un instante, concediéndose después el lujo de darle despreocupadamente la espalda. Ya no estaba a bordo de la Thaddeus.
Cuando, no sin dificultad, llegaron al puente de mando, fueron recibidos por un abrazo de Clark.
– Joder. ¿Se ha acabado?
– Sí, se ha acabado – le respondió Palmer, abatido física y emocionalmente.
– Aún no – dijo Lewis, señalando algo que veía a través de la cristalera frontal: el módulo auxiliar. Se estaba dirigiendo a Marte. El copiloto corrió a su asiento y activó la artillería de la nave. Estaba a punto de destruir su objetivo cuando Palmer posó su mano sobre el mando.
– No. Déjalo. Saima habría querido que viviera.
Lewis y Clark lo miraron, extrañados. Al ver su expresión, Palmer exhaló una risa nerviosa que a sus compañeros les sonó peligrosamente a demencia espacial. Él también se daba cuenta, pero aún así, intentó defender su postura.
– No, en serio. ¿Cómo habríais reaccionado vosotros? Pensadlo. Morís enterrados vivos y luego os despertáis en un lugar extraño, el reino de las estrellas, rodeados de seres que no comprendéis. Para él somos los que lo han arrancado del mundo de los vivos y llevado con nosotros. Somos dioses, y la verdad, no hemos sido muy amigables con él. Dioses...
El cocinero estalló a carcajadas. Clark le hizo un gesto a Lewis con la cabeza, éste corrió a por sedante y paramensamina. Palmer continuaba con sus delirios entre risa y risa.
– El jodido polo de carne los tenía bien puestos, ¿eh? ¡Es el cazador de dioses! El cazador de dioses... Y nosotros... somos esos dioses. Extraños, incomprensibles, sin alma...
Los pilotos atendieron a Palmer, olvidándose del módulo auxiliar, que se adentró en la atmósfera de Marte hasta que lo perdieron de vista. Cuando consiguieron calmar al cocinero, lo dejaron en su camarote y buscaron los apuntes de Niizaki. Se valieron de ellos para programar las cápsulas. Activando sus funciones médicas consiguieron curar y reanimar a Onatopp, Grijalba, Kruger y G-Carl. Este último les explicó que los demás habían sido absorbidos por la ventanilla durante la descompresión, convirtiéndose en fragmentos cristalizados que flotaban a la deriva por el espacio. Era imposible recuperarlos. También estaba inutilizable el cuerpo de April, aunque no así la CPU, donde se almacenaban sus recuerdos.
Entre todos los supervivientes darían testimonio de lo ocurrido cuando llegaran al sistema Asgard, por lo que no recibirían ninguna sanción.
Cuando Pietrovich recibió el informe, se sirvió un vaso de vodka y reflexionó mientras observaba la vasta vegetación de Nuevo Edén a través de la cristalera de su despacho. Desgraciadamente, no era factible asignar a su sobrina ninguna de las funciones ejercidas por los miembros perdidos de la tripulación. O tal vez sí. Modificando algunos hechos y destacándola a ella y no a Palmer como la heroína de aquel incidente, podría recomendarla ante el consejo como la nueva capitana de la Thaddeus. Era un poco joven para el puesto, pero no había ninguna directriz que lo impidiera. Claro que tampoco estaba especificado nada sobre no realizar encargos particulares a un capitán, y luego las cosas se torcieron un poco. Podría haber sido peor desde luego. Dentro de lo malo, Pietrovich había tenido suerte. No fue necesario que le diera a su hermana ninguna mala noticia. Además, gracias a la discreción del difunto Harris, nadie jamás sabría la verdad.
Novela por entregas de Román Pinazo
Ilustraciones de Oscar Silvestre
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