viernes, 24 de mayo de 2019

El Cazador De Dioses - Capítulo 10: No Abras la Puerta

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Anteriormente en El Cazdor De Dioses...


En el puente de mando, Clark puso rumbo a Marte muy a su pesar, pues allí los humanos no solían ser bien recibidos, pero tenían pocas alternativas. Sobre todo teniendo en cuenta lo que un enlace de la compañía le decía a Lewis por videollamada. Para su sorpresa, el consejo directivo negaba haber emitido la orden de recuperar el cuerpo de un homínido, y mucho menos de anteponer eso a las demás prioridades. Según ellos, era el capitán Harris quien había actuado por libre, poniéndolos en peligro. Ya habían tenido problemas con él anteriormente. De hecho, su puesto a bordo de la Thaddeus era una especie de sanción por parte de la empresa. Si aquel tipo decía o no la verdad era irrelevante. En cualquier caso, no moverían un dedo por ayudarlos. Al menos eso les daba vía libre para acabar con el espécimen... si podían.

Lewis cerró la videollamada sin despedirse tras recibir unos jadeos a través de su comunicador. Era Palmer intentando hablar mientras corría. El copiloto lo pasó a los altavoces frontales. Clark y él se alegraban de escuchar a su compañero, pero no traía buenas noticias.

– Aquí Palmer. ¡Soy el único que queda, todos están muertos! El cavernícola me persigue.

– Te abriré – respondió Clark –. Nos quedaremos aquí los tres.

– ¡No! No lo hagas. Es muy rápido, podría entrar detrás de mí y matarnos a todos. Voy a ver si...

Los pilotos oyeron un grito y la emisión se detuvo súbitamente. Intentaron restaurar la comunicación, pero fue imposible.


Palmer se revolcaba de dolor en un pasillo de la nave. Acababa de tropezar con algo, el cadáver de Kruger. Incluso después de muerto seguía siendo un incordio. La caída, además, había destrozado su comunicador de muñeca. Quiso coger el del agente de seguridad para seguir en contacto con el puente de mando, pero también estaba roto. Lo llevaba en su brazo artificial que, como es lógico, habría usado para protegerse de los golpes del salvaje, cuyos pasos sonaban cada vez más cerca.

El cocinero se encontraba junto a su lugar de trabajo. Su primer impulso fue dirigirse allí a coger un nuevo cuchillo, pero al momento se le ocurrió una estrategia diferente: despistar al cazador. Se escondió en la cocina y dejó que éste pasara de largo. Permaneció inmóvil tras la cámara frigorífica y contuvo la respiración todo lo que pudo, hasta que sintió que el peligro se alejaba. Después, se movió con sigilo.

Miró a su alrededor. Los mejores utensilios para defenderse los había entregado a sus compañeros, y ahora estaban desperdigados por toda la nave. Sobre la mesa aún se encontraba su vaso de mojito a medio terminar. Parecía mentira cómo se habían complicado las cosas en menos de una hora. Palmer tomó un sorbo del cóctel aguado mientras pensaba qué hacer. Sabía que tenía cuchillos en el cajón de la cubertería, pero no se atrevía a abrirlo por miedo a hacer ruido. Además, estaba claro que de poco servían frente a la lanza del cavernícola. Decidió entonces regresar a la sala de las taquillas, allí debía haber tres de ellos y, al menos, un comunicador en buen estado. Se le estaba ocurriendo un disparatado plan para deshacerse de la amenaza, pero para ponerlo en práctica necesitaba volver a contactar con el puente de mando. Antes de irse puso en el reproductor musical aquella basura machacona en la que se había convertido el chill out en el siglo XXII. Si a él le destrozaba los tímpanos, también al cavernícola. Así lo atraería y sabría exactamente dónde encontrarlo.


La mesa de control de la nave indicó a los pilotos que alguien había puesto música en el comedor. Era bastante difícil que lo hubiera hecho el salvaje, pero salieron de toda duda cuando la voz de Palmer volvió a sonar por los altavoces frontales. Éste parecía haber encontrado un escondite seguro y pudieron informarle sobre la situación.

– Así que nos dirigimos al Planeta de los Simios. Bueno, siempre quise saber de dónde vienen esas algas que os pongo por delante.

– Creo que seguirás con la incertidumbre – dijo Lewis –. No es un lugar agradable para los humanos.

– Es parte de la Federación, ¿no? Son amigos.

– Nos ayudarán – le respondió Clark –, pero luego seremos detenidos y juzgados por invadir su zona sin autorización. Tampoco creo que les guste encontrar muerto a uno de los suyos. Van a hacernos perder todo el tiempo que puedan, y luego la compañía nos hará responsables.

Palmer reflexionó un momento.

– No. Ni de coña. Bastante hemos aguantado ya como para pasar noventa días encerrados en una celda apestando a pelo mojado.

– ¿Qué otra cosa podemos hacer? – preguntó Lewis.

– Tirar la basura.



Novela por entregas de Román Pinazo 
Ilustraciones de Oscar Silvestre


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