Anteriormente en El Cazador De Dioses...
Palmer no aguantaba más. No cuando Tyagi podía encontrarse en peligro o algo peor. Había estado dispuesto a dejarlo en manos del agente de seguridad, pero llevaban minutos sin saber nada de él. De ninguno de los dos. Así que tuvo que asumir el mando.
– No podemos quedarnos aquí escondidos todo el viaje, tenemos que solucionar esto. Vosotros dirigíos al puente de mando y bloquead la puerta, intentad conseguir ayuda externa. Yo buscaré a Tyagi y a los demás.
Sus compañeros no parecían muy convencidos, pero April dio un paso al frente. Aún tenía que asegurar la sala despresurizada, así que acompañaría al cocinero. Grijalba también se les unió. Sabía lo mucho que significaba la paleontóloga para su compañero y amigo, y quería echar una mano. De esta forma, el grupo se dividiría en dos.
– Necesitamos algo mejor que estos cuchillos – protestó la técnica de comunicaciones – ¿No hay armas a bordo?
– Claro, en las taquillas de los guardias – le respondió Palmer –. ¿Tienes tú la clave para acceder a ellas?
Onatopp exhaló un resoplido. Aquel era su primer trabajo y no estaba acostumbrada a situaciones de emergencia; mucho menos a las de aquella naturaleza. Los pilotos intentaron tranquilizarla. Después, Lewis se aproximó al cocinero para hablarle en voz baja.
– ¿Estáis seguros de no venir al puente de mando? Aún no sabemos nada de los guardias, puede que se estén encargando ellos. Y si han caído, no creo que vosotros tengáis muchas posibilidades. Además, seguramente... ya sea tarde.
– ¿Crees que no lo he pensado? – respondió Palmer –. Prefiero correr ese riesgo a descubrir que pude haberla salvado y no lo hice. Ya me entiendes.
Lewis lo entendía, desde luego. Se estaba refiriendo a la conversación que tuvieron durante la anterior misión de la Thaddeus. Una noche, el copiloto no conseguía dormir y fue a la cocina. Allí encontró al chef, quien le ofreció su somnífero favorito del siglo XXI: una copa de whisky. Mientras la tomaban, charlaron y contrastaron sus posturas respecto la vida. Según Palmer, haber asumido la muerte y resurrección dejaba algún tipo de impronta en el carácter, y para él aquello supuso la capacidad de despojarse totalmente del miedo. Lo único que temía era que, en el futuro, le asaltara una combinación de cuatro palabra: «qué hubiera pasado si». Por ese motivo, a pesar de haber sido amablemente rechazado por Tyagi, no se arrepentía de haberle confesado lo que sentía por ella.
Después de aquella profunda pero agradable conversación, el tímido Lewis consiguió armarse de valor para responder a las insinuaciones de su compañera en el puente de mando, algo por lo que siempre le estaría agradecido a Palmer.
– Entonces os acompañaré. Sólo soy el ayudante de Clark, ella es la verdadera piloto.
– Te lo agradezco, pero ya somos demasiados para esta misión suicida. Ve con las chicas y cuidaos unos de otros.
Lewis tuvo que darle la razón a Palmer. Era mejor que ambos grupos estuvieran equilibrados, tres y tres. Además, no había tiempo para discutir. Todos se sobresaltaron cuando sus comunicadores recibieron señal. No llegaron a discernir ninguna palabra, sólo ruido, pero aquello bastó para que Palmer albergara una mínima esperanza. Aún había alguien con vida.
Novela por entregas de Román Pinazo
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