Anteriormente en El Cazador De Dioses...
Una luz roja empezó a parpadear en el radar. El sistema de escaneo automático de la Thaddeus había encontrado algo en las zonas gélidas de la Tierra, y parecía que era aprovechable. De inmediato, la paleontóloga Saima Tyagi informó al capitán Harris, quien se vistió a toda prisa y acudió al laboratorio. Parecía contrariado por la repentina interrupción de lo que fuera que estuviera haciendo en su camarote, pero se le pasó en cuanto descubrió de qué se trataba. Según las lecturas recibidas, un bloque de hielo en una cueva de Alaska albergaba en su interior un ejemplar en buen estado de homo sapiens que databa del pleistoceno. Deslumbrado, el capitán ordenó a la paleontóloga que desenterrara al cavernícola, lo introdujera en una cápsula y lo llevara a bordo de la nave. Le acompañarían Jim Niizaki y el no-humano G-Carl.
El término "no-humano" se usaba para designar a los ciudadanos de la Federación de Planetas que, tal y como sugiere, no formaban parte de nuestra especie. Ese era el caso de G-Carl, descendiente de los gorilas modificados genéticamente que un siglo atrás habían sido usados para trabajar en las minas de Marte (El Planeta de los Simios, como se llegó a conocer popularmente). También se consideraban no-humanos a los androides, y desde luego, la Thaddeus contaba con uno en su tripulación: la mecánica April 9213. Venía de serie con la nave; fue programada expresamente para su mantenimiento y la conocía como si fuera una extensión de sí misma. Podía decirse que lo era.
Por ese motivo, a pesar de la peligrosidad de la misión, Harris prefirió no enviar a la androide. Si moría el hipergorila aún le quedaba otro agente de seguridad, y no sentía ninguna simpatía por Niizaki, el técnico de crio-hibernación. Pero no quería perder a la encargada de supervisar la salud de la nave. Además de ser un valioso activo para la compañía, April tenía otras funciones que el capitán hubiera echado de menos.
Así pues, fueron Tyagi, Niizaki y G-Carl quienes bajaron a la Tierra para recuperar al espécimen. El capitán no dudaba de la profesionalidad de la paleontóloga, y sabía que el gorila ayudaría en todo lo que hiciera falta, pero el técnico de crio-hibernación era impredecible. Aunque se encontraba sobrio, la edad y el alcoholismo lo estaban dejando cada vez más hecho polvo. No obstante, lo necesitaba allí abajo para que programara la cápsula, que también disponía de funciones médicas para asegurar la supervivencia del sujeto conservado, en la que transportarían la preciada carga. Desde el laboratorio, el capitán se sintió aliviado cuando Tyagi le confirmó a través de su comunicador de pulsera que la extracción había sido un éxito, y que no tardaría en recibir en pantalla un diagnóstico preliminar realizado por la máquina de Niizaki. El homínido presentaba signos de asfixia. Había muerto aproximadamente en el año -20.000 tras un derrumbe. Pero el aislamiento y las bajas temperaturas habían mantenido el cuerpo en perfectas condiciones, dada su antigüedad.
Con sólo pulsar un botón, podían reparar sus células y reanimarlo, pero era algo que el capitán de la Thaddeus prohibió terminantemente, y que, como es obvio, ninguno de los tripulantes tenía la más mínima intención de hacer, mucho menos en mitad del espacio. Eso sí, el cavernícola despertaba una inmensa curiosidad, y todos los que no estuvieron presentes cuando fue sacado del hielo quisieron acercarse a contemplarlo una vez dentro de la nave. Ian Harris fue el primero, quería asegurarse de que el cadáver sería útil para la Nascimbene Corp., lo cual le supondría todo un éxito profesional. Tal vez el ascenso a un puesto mucho más cómodo que el de capitán de aquella chatarra flotante, que pasaba más tiempo en el espacio que en suelo firme, y unos honorarios aún más elevado que los que ya recibía. Aquel pobre diablo salvaje y desaliñado que había muerto en el pasado, representaba el símbolo de su reluciente futuro.
Estaba tan ansioso por contactar con la compañía que ni siquiera recurrió a la técnica de comunicaciones. Volvió a su camarote y desde allí, a puerta cerrada, realizó la videollamada al consejo directivo. Poco después, se pasó por el puente de mando y ordenó a los pilotos que pusieran rumbo al sistema Asgard. Natalie Clark y Scott Lewis fijaron la ruta, configuraron la nave en modo automático y, a pesar de no estar solos, se dedicaron una sonrisa pícara el uno al otro. Sabían lo que aquello significaba: fiesta y revolcón. La Thaddeus tenía algo que celebrar.
Novela por entregas de Román Pinazo
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