Pip decidió un día dejar de hablar.
Hará ahora dos años de eso. Piensa que así puede concentrarse en su respiración. Inspira y espira como más pausado y parece que el tiempo se detiene o que transcurre más despacio.
Al principio todo fueron problemas. Crear una burbuja invisible alrededor de uno mismo no es cosa de un momento, y dejar de hablar de un día para otro exige fuerza de voluntad y enormes dosis de autocontrol.
Hay quien dice que una vez se le vio estirar el brazo fuera de su burbuja invisible para rozar a alguien. Que lo hizo con soltura, al girar en una esquina de sí mismo, como cuando intentas comprobar si llueve o no. Pero pasó de largo. Quizás llegó a rozarle. Quién sabe. Parecían de dimensiones distintas. Tal vez lo imaginó, y quedó tanto lío en eso. Son cosas que la gente dice que vio. Murmullos e interferencia provocados por el desgaste del día a día.
Hay veces que Pip se agobia por el ruido de la ciudad. Le agota caminar entre vivos y muertos de diferentes edades que coexisten con él entre bloques de hormigón. Entonces, cierra los ojos muy muy fuerte y se concentra en los sonidos de dentro de sí mismo hasta que superan el volumen de los del exterior.
Microrrelato de A. Ramírez
Imagen de pixabay
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