Baja de tu nube de tormenta y acaba conmigo, fulmíname, tritura mis huesos y añádelos a los sapos y los murciélagos de tu fantasmagórica poción. Hazme tuyo, aunque simplemente sea como ingrediente en un burbujeante caldero negro. Después de todo, no será tan duro nadar entre la mandrágora y el ojo de lagarto, sobre el fuego abrasador de leña incandescente. Baja de tu nube, lánzame un rayo mortal y sabré que me recuerdas. Al menos podré comprobar tu poder.
¿Acaso no soy un buen componente para la brujería?
Si he de morir que sea pegado al gran garrote de madera que usas para remover la sopa letal con la que subyugas a los hombres.
Soy siervo de tu pelo negro, soy un adepto de la magia que desprende tu simple cadencia al caminar; déjame participar, déjame por un momento desangrar algún roedor o tal vez machacar esencias en un cuenco. Permíteme probar la belladona que emana de tu boca lasciva; mutila sin piedad a todas las alimañas que cuelgan del techo de tu cueva y admíteme como espectador privilegiado. Sácame los ojos tras el espectáculo de tu desnudez y engáñame para que los pruebe sazonados con cualquiera de tus especias, usaré el tridente del mismo Belcebú para tal festín. Enciérrame en la jaula colgante y mantenme vivo a base de hierbas alucinógenas; revienta mi cordura y espera a que mi pelo sea cano y mi piel decrépita para liberarme y morir viéndote joven por última vez.
Inclúyeme en tu colección de cabezas, y evita que me pudra, para poder reírte en mi cara cuando quieras; usa mi hueca calavera como cenicero de tus extraños vicios, bebe sangre en su interior, invoca a los demonios para que vengan a por mi torturado espíritu, haz conmigo lo que quieras… pero cógeme el teléfono, por favor… bruja.
Texto de A. Moreno
Imagen: Aquelarre de Goya
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