Quieta, no muevas ni un músculo, le dije mediante gestos. La agarré del brazo suavemente y la conduje a un lugar seguro. Esperaba que a esa distancia no nos oyeran, incluso contuvimos la respiración, casi a la vez. Parecía que empezaba a haber química entre nosotros. Es en las situaciones límite cuando parecen aflorar los verdaderos sentimientos. Acercamos nuestros labios sin proponérnoslo, lenta y sensualmente. Y justo cuando los primeros átomos de nuestra carne estuvieron a punto de interactuar, los testigos de Jehová volvieron a llamar al timbre.
Texto de A.Moreno
Imagen de Pixabay
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