Por alguna razón
desconocida no he podido quitar el oído de encima a la chica que se
ha sentado en la mesa de enfrente en la cafetería. No he llegado a
ver su cara porque me lo impedía el chico con el que llegó y que se
sentó justo frente a ella. Pero su voz, de forma metafísica, me ha
golpeado en algún registro interno, íntimo y desconocido, y ha
hecho que me enamore de ella al instante. Incluso he llegado a
imaginar cómo sería su corte de pelo, “el color de sus ojos al
bailar”, y la forma de sus orejas.
Estar en la calle solo a
menudo, hace que puedas dejarte llevar en conversaciones de extraños
con personalidades seguro interesantísimas y, por lo que vale un
café, dejar de ser tú mismo por un rato, con tus miserias y tus
preocupaciones, y sumergirte en cuerpos y vidas ajenas.
Cuando
me he centrado del todo en la conversación entre mi amor platónico
de hoy martes y el imbécil que no me dejaba verla, me he dado
cuenta, al fijarme en sus pausas al hablar, de que la chica
respiraba. Sí. Ya sé que todos respiramos. Es un acto vital
cotidiano que no sabemos apreciar y valoramos poco. Pero lo
maravilloso y alucinante ha sido percibir la interacción de las
espiraciones de la chica con la atmósfera que la rodeaba. Cuando el
oxígeno viciado por el ambiente entraba en su cuerpo era un gas
vulgar y cotidiano, en blanco y negro, pero al exhalar la chica el
dióxido de carbono, empapado de sus células y bacterias, un color
extrañisimo y desconocido teñía el ambiente de la cafetería. Yo
al menos no había disfrutado esas tonalidades jamás. Cuando ves así
la respiración de alguien, es como si vieras su alma, y sin remedio
te enamoras perdidamente. Aunque sólo sea por un rato, y el
enamoramiento acabe en tragedia. Yo, a partir de ahí, me he puesto a
inspirar y espirar de forma consciente como Meg Ryan en “Cuando
Harry encontró a Sally”. Y así, entre casos de corrupción y
formaciones de gobiernos autonómicos, sobre las que los todólogos
de las tertulias matinales de Susanna Griso pontificaban, nuestras
exhalaciones de dióxido de carbono se han fundido en un solo ser que
bailaba al ritmo marcado por explosiones de colores imposibles y
titulares destacados en la televisión de la cafetería sin
nombre.
Cuando he levantado la vista de mi café, ya frío, la
chica y su pareja no estaban, y los todólogos de la Griso hablaban
ahora de posibles pactos sobre los presupuestos generales del Estado.
Ya no tenía sentido
seguir allí. He pagado mi café y me he marchado a seguir fingiendo
durante lo que quede de martes que soy yo realmente, sin prestar
atención a mis inspiraciones y espiraciones. Rutinas random de
martes.
Microrrelato de A.Ramírez
Imagen de Pixabay
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