Las criadas siguen llevando los restos de comida de los hogares blancos a
las calles.
Un vertido manchado para niños sin nombres
que esperan ver rascacielos en los charcos que deja
la lluvia
cada otoño de su anónima vida.
Miran desconfiados los jardines donde mis
vecinos
toman un aperitivo antes de seguir comiendo
y se preparan para la cena.
He visto como se reúnen esos innombrables alrededor
de un caldero
que huele como los baños públicos de los barrios periféricos.
Danzan y chillan invocando alguna magia oscura
que para nosotros es terrorífica,
mientras que ellos la llaman mamá.
Hay huesos y dientes bajos sus pies descalzos y sucios.
La fe cristiana de mi ciudad se compadece de esos
niños grises
mientras con sus blancas manos les empuja a las
afueras
y espera que no molesten demasiado.
Texto de Cristian González
Imagen: @yannispap
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