jueves, 15 de febrero de 2018

Armario de escobas

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Mi madre me encerró en el armario de las escobas cuando era pequeña, y luego se olvidó de sacarme. Como soy orgullosa, no grité para pedirle que me abriera. Es cierto que después me arrepentí, pero ya era demasiado tarde: no tenía voz y aunque golpeaba la puerta no lograba que sonase.

Eso pasó hace ya varios años, no sé cuántos, y lo triste es que me aburro bastante aquí dentro. Mi madre nunca fue muy amante de la limpieza, y el armario no volvió a abrirse.

Hoy, sin embargo, escucho voces que se acercan. Hay un taconeo y también unos zapatos más pesados. Oigo el crujir de las tablas del piso y el chirrido de las manillas de las puertas. Parece que están recorriendo la casa. Ahora se han detenido frente a la puerta de este armario. Intentan abrir, pero la cerradura tiene llave. Creo que la buscan, porque oigo un tintineo metálico.

Llegó el momento de salir, pero ya no lo deseo. Lo único que le espera a una niña como yo es que la encierren en un ataúd, mucho más pequeño que mi armario de escobas.


Microrrelato de La posada de los vientos, de Rocío de Juan
Imagen de Pixabay retocada por A.Moreno


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