jueves, 9 de marzo de 2017

Palabras cuánticas

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De pronto, el tiempo se congeló en mitad del café. Aunque la espiral de vapor que despegaba desde su superficie continuó elevándose hacia sus pestañas. Lo supo únicamente porque se le empañaron los ojos, y sabía que no habían sido las lágrimas quienes habían enturbiado su mirada perdida, pues ya no le quedaba nada que llorar. Había tenido esa sensación en alguna otra ocasión: la boca seca ligeramente abierta, un pequeño escalofrío subiendo desde la mitad de la columna hasta detrás de las orejas, sombrías nubes dentro de su cabeza, la gravedad de una cósmica opresión en su pecho…

La respiración se detuvo mientras permaneció en aquella especie de coma decepcionantemente consciente. No sabía cuánto tiempo era capaz de contener el aliento, nunca lo había comprobado. Pero aquel lapso de tiempo se le antojó mucho más extenso  de lo que en realidad había sido. Sintió que habían pasado horas, notó que el ambiente pesaba mucho más y que se hacía más denso, casi hasta el punto de arrebatarle el poco aire que suponía que quedaba en el interior de sus pulmones. Fue como si pudiera verse desde fuera de su propio cuerpo, desde cada rincón de la estancia, como una proyección astral que pudiera ser omnipresente, pero sin ningún poder, totalmente conocedor de su impotencia. Percibió el latido del segundero como el paso torpe de un gigante de metal que tardase minutos en recorrer escasos metros; como un martillo ancestral que golpease el mundo al rojo vivo sobre un yunque, moldeándolo con una nueva forma para él.

Y de nuevo, de pronto, oyó un sonido diferente al resto, un susurro que no pertenecía a aquel sueño ondulante.

Y el tiempo recuperó su cadencia, de golpe, como intentando recuperar los segundos perdidos. Fue un suspiro el culpable de devolverlo al mundo real, el gesto impaciente acompañado de la salida progresiva del aire tras una profunda inspiración. Alzó la vista y pudo ver el ceño levemente fruncido, preocupado y cercano a la desesperación de quien tenía enfrente. Jamás se había bloqueado tanto al escuchar esas palabras, y esta vez tampoco supo qué decir. Entonces, quien en un principio le había hecho sumergirse en aquella onírica y asfixiante dimensión, cayó en el mismo estado comatoso, sostuvo irremediablemente la respiración, se ausentó del mundo conocido y deseó no haber pronunciado un “te quiero” en mitad de un café.


Texto: A. Moreno
Fotografías: Saray Pavón
Montaje 2ª foto: A.Moreno

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