sábado, 4 de marzo de 2017

Entre Tigre y el Polígono San Pablo

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Sonrío, acabo de despertarme y me doy cuenta de que sigo vivo por una terca decisión de mi organismo. Abro la ventana y me llega el olor a café, cervezas y las tostadas de jamón de personas que no conozco... Y me alegro de no sentir nada más que náuseas; me alegra que el mundo no me transmita nada positivo: significa que me sigo valiendo por mí mismo.

Me pongo una remera mal planchada, lucho con mis vaqueros para no salir medio desnudo a la calle, y dejo escapar una sonrisa cuando veo a una vieja con gesto de asco ante un mendigo, o sea ante mí...

Veo aves muertas, y entiendo que hay mensajes de lo que realmente pienso de la vida en cada esquina, junto con la basura y los perros husmeando...

Sonrío, pienso en que anoche regalé una estrella, la luna iluminó mi borrachera, y que canté una canción que no conozco...

Me alegra intentar ser escritor... Y sonrío por tener más publicaciones que los que me critican las maneras de escribir acerca de la metafísica...

En fin, me siento en el bar, desayuno una cerveza fría, con boquerones en vinagre... Prendo un cigarro... me rasco los muslos, y entiendo que a veces la felicidad pasa, apenas, por sonreír e intentar no pensar demasiado en que, a veces, mientras se sonríe, simplemente, las cosas, sin sonreír, no funcionan bien para todos... Al menos para mí... o bueno, lo que sea... pero pensá que ahora mismo, mientras oigo el nuevo disco de Pearl Jam, estoy sonriendo...


 Texto de Sebas Abdala
Dibujo (grafito) de Saray Pavón

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