domingo, 19 de mayo de 2019

viernes, 17 de mayo de 2019

El Cazador De Dioses - Capítulo 9: El Valle Inquietante

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El cocinero y la mecánica corrieron hacia ningún sitio, pues el homínido custodiaba la única puerta de la sala. Se ocultaron tras una fila de taquillas y esperaron, atrapados a su merced.

– Vaya una forma de morir – susurró Palmer. Por primera vez en mucho tiempo volvía a saber lo que era el miedo, y no le gustaba. Estaba empezando a hiperventilar. Se habría desmayado si April no hubiera tomado las riendas, sorprendiéndolo.

– Cálmate, ¿vale? No vamos a morir. Creo que puedo engañarlo para que suelte su arma. Cuando esté distraído, tú lo inmovilizas y yo te ayudo.

– ¿Qué? ¿Cómo vas a hacerlo? Ni siquiera conoces su idioma.

– Por favor, Palmer – dijo guiñándole un ojo –. ¿Cuándo he necesitado palabras para entenderme con alguien?

De repente surgía un rayo de esperanza. Además de la mecánica de la nave, April 9213 era un modelo básico de placer. Estaba programada para satisfacer a cualquier miembro de la tripulación que solicitara sus servicios. Incluso contaba con un accesorio retráctil para ejercer funciones sexuales masculinas, en el caso de que fuera necesario. Pero el único que hacía pasar a la androide a su camarote era el capitán Harris, y con bastante asiduidad.

Aunque Palmer le recomendó que no lo hiciera, April salió de su escondite muy despacio, con las manos a la vista para que el cavernícola viera que no suponía ninguna amenaza. Caminó lenta y sensualmente hacia él, deteniéndose a un par de metros. Mientras emitía un leve gemido agarró la parte baja de su camiseta y tiró de ella hacia arriba, quitándosela. El salvaje permaneció inmóvil; su mirada denotaba cierto interés. Ella continuó despojándose de su ropa mientras le dedicaba una sonrisa de complicidad a su objetivo masculino. Éste se mostraba cada vez más tranquilo, y parecía que poco a poco abandonara la idea de seguir matando. Tal vez podrían pasarlo bien juntos.

April se quitó las botas. No quiso lanzarlas muy lejos, como solía hacer cuando llevaba a cabo su protocolo de seducción, para no alterar el ambiente de calma que estaba consiguiendo con aquel improvisado striptease. Por último, dejó caer sus pantalones. Una hembra hermosa, desnuda, limpia y dispuesta. ¿Qué macho podía resistirse?

La androide dirigió una fugaz mirada al bulto que se acababa de formar bajo aquel taparrabos. Había mordido el anzuelo, aunque parecía un poco tímido. Para ayudarlo, se le acercó lentamente, sonriendo y mirándolo con lujuria. Cuando sólo faltaba un paso para que lo alcanzara fue él quien se adelantó. Sin soltar su lanza la rodeó con el brazo que tenía libre y la apretó contra sí. Tras el gesto, April dejó escapar una fugaz risa, fingiendo nerviosismo y excitación. Él también sonreía. Lo tenía en el bote. Todo iba bien cuando, de repente, la libido se esfumó.

El homínido había dado claras muestras de estar gustándole lo que veía, hasta que en la entrepierna de androide empezó a asomar algo que no debería estar ahí. El golpe que había sufrido al tirar de Palmer para esconderse había desconfigurado sus funciones sexuales, activando por defecto su accesorio masculino, recientemente utilizado por el capitán Harris. Cuando fue consciente de ello ya era tarde para ocultar aquella desconcertante sorpresa.

Furioso, el salvaje agarró a April por el cuello, alzó su lanza y le atravesó el pecho con ella, abriendo una herida de la que emanaban chispas en lugar de sangre. Aquello sólo le dio motivos para tirar al suelo a la androide y seguir destrozándola. Palmer salió entonces de su escondite y atacó al cazador con el cuchillo que portaba, pero éste consiguió esquivarlo sufriendo sólo un rasguño en el brazo. El cocinero lo intentó por segunda vez y de un manotazo el arma blanca salió disparada hacia el interior de la sala. No estaba dispuesto a volver a esconderse allí; no ahora que estaba tan cerca de la puerta. Prefirió retirarse y echar a correr por los pasillos, tan aprisa como pudo y sin mirar atrás.


Novela por entregas de Román Pinazo 
Ilustraciones de Oscar Silvestre


jueves, 16 de mayo de 2019

martes, 14 de mayo de 2019

Camino a casa

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Me he sorprendido hablando solo,
tratando de distinguir lo ficticio de los hechos.
Escuchando quizás, las risas en felices vientos,
con niños y sus tardes, en gloria y melancolía,
simples ondulaciones en la falda de mi madre,
ahora ecos en ese universo de arena,
que poco a poco, lo va borrando el viento.

Me he sorprendido andando, tan solo y resquebrajado
por sobre las mismas orillas, una y otra vez,
recordando tristezas, meditándolas en el camino,
consolándome al andar hablándole a mis penas.
Enterrando mis alegrías. Dejándolas en el olvido.

Me he sorprendido mirando al piso en cada paso que doy,
dentro de ese final que ya no es más mi final.
El hombre: Vano remedo de la desintegración.
Yo: Jamás altivo y siempre consciente,
pensando cautivo: “Lo finito es humillación…”

Me he sorprendido confesando en lucubraciones:
"¡Caprichosa la vida…! ¡Que ingrata la amistad…!
Todo se pierde y todo se va…
Soñando en un campo…
¿Moriré al despertar…?”

Al final, nada queda, salvo tristes vestigios
de lo que alguna vez fui en mi andar.
Al final nada queda, salvo el camino a casa,
que aquella noche, me regalo este pensar.

Texto de Luis Morales
Foto de Patricia Reisman

domingo, 12 de mayo de 2019

Perfeccionismo

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Amor se llama el juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño.
Joaquín Sabina
Es enternecedor
ese esmero tan tuyo
en lograr la excelencia del destrozo
sin una concesión a la chapuza;
ese don especial
de llamar a las cosas por su nombre.

Se trata
de no dejar resquicio a la esperanza
ni piedra sobre piedra;
de matar los recuerdos,
no vaya a ser que alguno fuera hermoso
y nos traiga de pronto
un instante de duda inoportuno.

Me lo dijiste
con esa forma tuya de mirarme
y esa necesidad de hacerme daño.

Con ese virtuosismo que despliegas
solo para alcanzar
la máxima expresión de la derrota.

Poesía de Ana Montojo
Imagen de Pixabay


viernes, 10 de mayo de 2019

El Cazador De Dioses - Capítulo 8: Error Fatal

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Anteriormente en El Cazador De Dioses...


El grupo de Palmer se movía por la nave de forma no muy diferente a como lo hacía el de Clark. Después de que April asegurara el cierre de la sala de carga, exploraron la zona en busca de supervivientes. Grijalba estaba aterrado, no paraba de sudar, pero seguía adelante a pesar de todo. Ayudaría a su amigo a encontrar a Tyagi, o al menos estaría con él cuando no tuviera más remedio que asumir lo peor, que era lo más probable. Lewis habló a través del comunicador, pegándole un pequeño susto.

– Palmer, ¿estáis bien?

– Sí – le respondió el cocinero en voz baja. – Aún no hemos encontrado nada.
    – Nosotros acabamos de sufrir un ataque. Onatopp ha muerto, y también hemos visto el cadáver de Kruger. Tened cuidado con el cavernícola, se ha hecho una lanza con una tubería de hierro y un trozo de cristal.

– Mierda. Recibido.

Grijalba detuvo a Palmer posándole una mano sobre su hombro. Había sentido algo. Una respiración, pero no una cualquiera. Era más salvaje, más primitiva. Consiguió localizar su origen: la sala de las taquillas. Seguramente, el salvaje había ido allí a husmear entre sus cosas y aprender de aquellos a los que consideraba enemigos. El encargado de la limpieza se lo imaginaba olfateando su ropa interior, y se adelantó a sus compañeros blandiendo el cuchillo. Pasara lo que pasara, aquel desgraciado iba a llevarse una buena puñalada. El cazador cazado.

Sus compañeros intentaron detenerlo negando con la cabeza y las manos, procurando no hacer ruido, pero no percibió sus gestos o no quiso hacerlo, presa del ansia. Entró corriendo en la sala, lo más sigilosamente que pudo, y atacó con su cuchillo. Palmer y April oyeron un rugido de dolor, pero no sonaba como cabía esperar. Era demasiado grave para haber sido emitido por un ser humano, ni siquiera por uno del pleistoceno.

¡Hostia puta! – exclamó Grijalba – Lo siento mucho, tío. De verdad. Lo siento...

El cuchillo cayó al suelo. El cocinero y la mecánica entraron corriendo y encontraron a G-Carl herido de gravedad.

Milagrosamente, el hipergorila se había salvado cuando el cavernícola reventó la ventanilla de la sala de carga, disparándose a sí mismo con su pistola gravitacional para lanzarse lo más lejos que pudiera, y después agarrándose aquí y allá con su fuerza animal, trepando horizontalmente. Logró salir de allí justo antes de que se sellara la puerta. No pudo ayudar a nadie más, todos fueron succionados por la ventanilla y escupidos al espacio exterior. Después se escondió cerca, en la sala de las taquillas. Intentó contactar con sus compañeros, pero su comunicador de muñeca resultó dañado durante la descompresión. Además, aún tenía que recuperar el aliento, ya que un disparo de pistola gravitacional a quemarropa no era mortal, pero sí muy doloroso. Un pitido le taladraba los tímpanos desde que usó el arma contra sí mismo y, aunque ya empezaba a disiparse, aquello le impidió sentir la presencia de sus compañeros cuando se le acercaban sigilosamente. Se disponía a coger un fusil letal y dar caza a aquel desgraciado al que nunca debieron rescatar del hielo, pero antes de que le diera tiempo a introducir el primer dígito en la clave de seguridad de su taquilla, fue atacado a traición por el homo sapiens que no se esperaba.

Grijalba perdió los nervios y se puso a gritar, maldiciéndose a sí mismo. April y Palmer atendieron al herido. El cocinero le preguntó por Tyagi, pero el G-Carl no estaba en condiciones de hablar. Dos regueros de sangre caían por las comisuras de sus labios. La única respuesta que pudo darle antes de morir fue una negación con la cabeza. Para su desgracia, Palmer comprendió perfectamente el significado de aquel gesto. Nadie más de su grupo había sobrevivido. Quedaban cinco tripulantes: los dos pilotos y ellos tres. Dos, mejor dicho.

Algo sanguinolento asomó por el pecho del encargado de limpieza, reventando su caja torácica. Un fragmento de cristal grueso y puntiagudo. Por fin había encontrado al cavernícola, aunque no de la forma que le hubiera gustado. Grijalba miró al suelo antes de desplomarse sobre él, vio las manchas de sangre y pensó «menos mal que no voy a ser yo quien limpie todo esto».
April se levantó y tiró de Palmer para ayudarle a incorporarse, perdiendo ella el equilibrio y chocándose contra una taquilla. Cualquier ser humano habría perdido el sentido con semejante golpe, pero ella estaba hecha de otro material.

Novela por entregas de Román Pinazo 
Ilustraciones de Oscar Silvestre