jueves, 28 de febrero de 2019

El suelo del matadero

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—Oye Rick -preguntó la jovencita que acababa de conocer en un bar a través de un guasap- ya sé que te has tenido que marchar de repente porque eres detective privado… Pero ¿qué hago yo ahora el resto de la noche sola en tu cama?
—No sé, puedes contar ovejas… -respondió Rick.
—Tu profesión debe de ser emocionante… Dime… ¿Has estado alguna vez a punto de morir?
—Muchas veces, pero ninguna en mi trabajo.
—No, estoy hablando en serio.
—Yo también.
—Cuenta entonces -dijo y le envió un emoticono travieso.
—Hace un mes conocí una mujer por internet. Quedamos en un hotel, porque yo le propuse que hiciera todo lo que yo le dijera. Y ella aceptó.
—¿Una desconocida aceptó realizar todas tus fantasías sexuales?
—Exactamente.
—¿Y qué pasó?
—Fue un sueño hecho realidad. El mejor sexo que jamás he tenido.
—¿Y sigues con ella?
—No. Después todo se convirtió en una pesadilla.
—¿Por qué?
—Me has preguntado si he estado alguna vez a punto de morir. De repente se volvió loca. No sé, debió molestarle algo que dije o es que en realidad era una asesina, lo cierto es que de repente sacó un cuchillo y me lo quitó todo.
—¿Te robó?
—No exactamente. Se puso celosa y me quitó el móvil y las llaves y tuve que salir corriendo.
—¿Ella conoce tu dirección?
—Sí. Me mandó varios regalos.
—¿Cambiaste la cerradura, supongo?

—No me molesté, vive a más de mil kilómetros de aquí.
—Menos mal que has llegado, me estaba entrando miedo y al oírte abrir la puerta me has dado una alegría.
—Estoy en el trabajo. Yo no he abierto la puerta...


 Texto de Jose Antonio Gamero
Imagen de Pixabay

martes, 26 de febrero de 2019

Error fatal

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Alargué el brazo para comprobar si aún seguía allí, bajo el agua. El frío no parecía afectarme, me había vuelto insensible, o tal vez el temor a ser descubierto en aquella situación elevaba la cantidad de adrenalina en mi sangre de tal forma que me otorgaba la sensación de estar envuelto en una piel de oso. El otro aspecto desagradable era el hedor de aquellas aguas putrefactas. Hacía todo lo posible por no pensar en ello y, como aquellos enfermos que se evaden del dolor proyectando imágenes en su cabeza, yo plasmé en la mía la reacción de los más allegados al averiguar lo que había hecho. Lo más increíble para mí mismo fue el hecho de haberme arrepentido al instante, como si me hubiese agradado haberlo tenido en mi mano. Arrojar un cadáver al río… eso habría sido mucho más comprensible para todos que perder la alianza en el desagüe del inodoro el día de la boda.


Texto e imagen de A. Moreno 


domingo, 24 de febrero de 2019

Miniaturas, de ELoy Falcón

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El mismo autor nos envió una breve descripción de su trabajo en la que podemos  comprobar que controla de su campo. No, no tiene una tienda de Warhammer 40.000. Es arquitecto. Lo explica así:

Presento a concurso estas ruinas hechas con cartón para juegos de estrategia y/o rol con miniaturas de 28mm.

Para llevarlas a cabo he usado cartón de doble corruga, masilla tapajuntas para paredes interiores, pegamento caliente, arena, gravilla y pinturas. Utilizando una miniatura como canon de referencia para la escala, sobre la caja de cartón hice el trazo de una fachada básica. Tuve en cuenta la disposición de las ventanas y de los pilares entre ellas para modular correctamente la longitud de cada trozo de fachada. Del mismo modo, tuve en cuenta las alturas de las ventanas, las posiciones de los forjados y de las cornisas para calcular la altura de la pieza.


Una vez la estructura básica estuvo trazada sobre el cartón, lo corté con un cúter y procedí a ensamblarlo con pegamento caliente.

Con el armazón preparado, tapé todas las corrugas visibles del cartón con pegamento caliente y después cubrí toda la pieza con masilla tapajuntas para darle textura al cartón y que pareciera hormigón.

Por último, añadí arena, grava y alguna que otra pieza de plástico y madera para simular montones de escombros y pasé al pintado.




Como extra, y porque no solo de ruinas vive el friki, hemos seleccionado esta otra espectacular miniatura  (de 5x2,5cm) fotografiada de forma exquisita por Jonathan Martín, a quien habrá que seguir la pista a partir de ahora. Creo que es necesario añadir que el cuerpo está hecho con palos de helado y las velas con mondadientes.


Texto de A. Moreno
Texto explicativo del propio Eloy Falcón
Imágenes de Eloy Falcón excepto la última, que es de Jonathan Martín

viernes, 22 de febrero de 2019

Segundo

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Y dices sin decir, lo que nunca quisiste decir cuando tus frases se entrecortan, porque no quieres que las escuche a pesar de que esté delante. Y dices sin decir lo que siempre quisiste decir, porque tus labios vibran y el carmín brilla. Y no dices nada y lo dices todo, porque tus ojos hablan, pero tú no lo sabes. 

Y mi voz tiembla, y te pido que levantes la cabeza con la misma frase tantas veces repetida. Y quieres correr lejos del momento, porque no quieres conversar, pero tú lo haces sin hablar, solo con gestos. 

Y te quedas allí, en el rincón, porque las sombras se han deslizado por el pavimento y han clavado tus pies al suelo, con las puntas en forma de lanza. Y no sangras y nada dices, pero lo dices todo cuando tus ojos brillan como el carmín.

Y las saetas detenidas sobre la realidad persiguen la obstinada persistencia del tiempo. Las sombras regresan a la esfera y puedes escapar, y no decir nada, porque ya lo dijiste todo sin palabras.



Texto de Eugenio Barragán Fuentes
Imagen de Pixabay 

miércoles, 20 de febrero de 2019

Cuando fui el novio de la niña de El Exorcista

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No es verdad que Karras sacara al demonio de Regan. Por lo visto la niña siguió unos años más dando por saco, hasta que la madre se hartó de las tropelías de su hija y la echó de casa.

Regan, vagabunda por Georgetown, ya con veintiséis años o así. Se enrola en un viaje a España y paga el billete con un milagro negro. Aterriza en Toledo, por la catedral primada; rodea el edificio como una mendiga del medievo, a su aire, respondona, escupe a veces el gargajo verde; y se mete por otras calles y los turistas se apartan un poco. Alguna tarde de un día laborable escucha misa con cuatro viejas, y cuando el cura dice «oremos» ella convulsa sobre la madera del reclinatorio; luego reza el padrenuestro al revés y las viejas se santiguan y se van sin terminar la misa. Regan errabunda por el Miradero, por la ribera del río, siempre con el mismo camisón astroso; con un aburrimiento de mil demonios; con la cara rajada de heridas supurantes y los ojos de loba hambrienta. A veces hace lo del giro de la cabeza en algún parque escolar y los niños se tronchan de risa desde los columpios.

Regan y yo nos encontramos en el Paseo de Recaredo. Yo dibujaba algo y ella se paró a mirar lo que hacía; se echó a reir, una risa como un rugido, cargada de mocos en el pecho, y luego lo del gargajo verde. Escupió en el dibujo y quedó una mancha perfecta; un paisaje con un nublado sucio y esmeralda muy original.

        —Eres una artista, Regan.
        —Dame tu alma y seremos felices, Garven.

La voz diésel de Reagan me tiró los tejos. Regan olía a humedad, a cerrado y a frío de sótano. Llevaba siempre el camisón de siempre, viejo, amarillo, de chichinabo, con más mierda que un jamón. Tenía eccemas en los labios y los navajazos infestados del agua bendita del cura. La melena lacia de un cristo arrojado y rescatado del cieno del río.

        —Regan, me encantaría que fuéramos novios. Estoy más solo que la una.

Y Regan me daba su mano hinchada, podrida y fuerte. Metía la lengua en mi boca como un colibrí satánico; esa lengua de dos cuartas que sale en la película. La saliva ácida de Regan con algo de pota verde entre las muelas carniceras. Caminábamos de la mano y me hacía reír con sus palabrotas, virajes y acrobacias. Arreglaba todos mis dibujos a salivazos.

        —Lo que te quiero, cabrona.

A veces se liaba a collejas conmigo; era así de bruta y gamberra, igual que un muchacho. Porque yo no olvidaba el macho cabrío que llevaba Regan dentro, o los machos, nada menos que mil demonios. Cuando se quedaba fija, pensativa, supersticiosa, triste, con los ojos en blanco; se oía el murmullo de los demonios como si estuvieran reunidos dentro de su boca, sentados en las piezas dentales. Comíamos altramuces y cortezas en las terrazas de aquel parque cargado de verdura; bebíamos granizados y horchatas en vasos de plástico para llevar. Bailábamos con la música de los caballitos; nos dábamos el lote en la rosaleda y hacíamos algún sacrilegio. Regan me lo pagaba todo con la magia del infierno, siempre había dinero y saldo positivo; eso no era nada para el diablo y todo para los mortales.

        —Regan quiero vivir contigo en aquel barrio cerca de Urgencias por si te pasas conmigo.

De modo que Regan ya tenía las llaves en el bolsillo del blusón y unas escrituras de no sé qué notaría debajo del brazo. Éramos propietarios de un primero que daba al parque de las tres culturas. De una palmada aparecían los muebles a su gusto, blancos, como en la película. Regan tenía un joder salvaje y urgente. Una cabalgada de vértigo, siempre procuraba que acabara yo antes. Su cuerpo desnudo de vampiresa con una incipiente podredumbre post mortem, morada, musculazo, marcado y áspero; con unos pechos breves y rojos, malolientes, un poco quemados con agua bendita. Estaba buenísima como una satanasa de Frank Frazetta. Me hacía su baile maldito con las muñecas vendadas y en bolas; y aparecía la proyección del ángel caído en la puerta del armario. Luego se quedaba tumbada con los ojos en blanco, así hasta mañana, con el murmullo de los demonios en la boca, toda la noche con esos rumores que me ayudaban a coger el sueño.

        —Lo que te quiero, cabrona.

Un domingo había que ir a votar.

        —Mira Regan, estás en el censo electoral: Regan Teresa MacNeil

Y Regan cogía la papeleta de un partido católico para el congreso y el senado. De modo que el diablo votaba con un apostólico sentido.  Me vio la cara y quiso explicármelo.

        —Bajo la falda de una madre de domingo eucarístico solo es posible nuestra anarquía, Garven.
        —Qué huevazos tienes, Regan.
        —¿A quién vas a votar, Garven?
        —Lo que tú me digas, que para eso me tienes endemoniado.

Después íbamos a tomar unas cañas, entre el hueco que dejaba la gente que se apartaba de Regan. Siempre con la blusa de siempre, con los navajazos del cura en la cara; descalza, callosa, hijaputa, triste y digna. Bebía litros hasta regurgitar eructos de verde espuma; verde puré de guisantes; verde absenta o verde limón. Luego hacía lo del giro de la cabeza como un aspersor y quedaba un círculo de pota en el suelo. Qué descojone, Regan. «Esta maldita noche paga Regan» decía cachonda, satanasa; cuando la gente se hacía a sus cosas y la sonreían. Pagaba todo, con el milagro de su bolsillo, con el manantial de dinero desde el infierno. Regan nunca esperaba el cambio; así era de espléndida. Mi Regan.

Pero se fue una madrugada; me despertó el silencio de los diablos. Se iría con el sigilo de una levitación, por la puerta o por el fregadero, por la ventana o por el techo. Dejó un vacío como un limbo; me abandonó en el purgatorio de mi casa sin ella. Encima de la mesa encontré una bolsa de deporte a reventar con billetes de quinientos y una nota escrita a boli rojo que decía: «Me voy, chico bueno. El poder de cristo me obliga». Puse velas negras en las puntas de una estrella de seis puntas. Pero no venía nadie. Regan. Mi Regan.


Texto e ilustración de Garven

lunes, 18 de febrero de 2019

PUTA

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Sin título:

PUTA el ego de tu mente
y de la sombra que te sigue
queriendo despegarse de tu usurpador ser.

PUTA vos y tus ideas deformes,
tus palabras discriminatorias
y tus temores de "hombre" salvaje.

PUTA tus pensamientos machistas
y todo lo que vomitan.
Y hasta el sudor violento que expele tu piel.

PUTA todo lo que me decís
queriendo hacerme de menos,
queriendo hacerme mal.

PUTA mía quizás, pero PUTA tuya, JAMÁS.


Poema de Dánitza Baca
Imagen de Pixabay