lunes, 12 de julio de 2021

Pequeñas sediciones

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Hay tanta gente sola

seria perdida mustia
emborbonada
que sueña que sucumbe

gente que se detiene
en los semáforos
y hojea –es un decir–
revistas de países
a los que nunca irá

ánimas solitarias cuerpos solos
con tedio se masturban y a menudo
piensan en el pasado

lejos de ser felices se conforman
con la mención de la felicidad

están al día de todas las noticias
de todas las canciones
los libros las películas

son buenos anfitriones y organizan
cenas con compañeros de trabajo
en pisos de alquiler

recogen entre todos
la mesa
tristemente

después vuelven a casa
y así viven

todos creen merecer algo mejor


‍‍
Poema de Javier Vela
Imagen de Noemí Villamuza


sábado, 10 de julio de 2021

jueves, 8 de julio de 2021

Todo es ficción

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Así empieza "El ministerio del Dolor" de Dubravka Ugrešić, con una nota que nos advierte que la novela es ficción: narradora, historia, situaciones y personajes. No logro recordar dónde leí un fragmento de este libro ni cuál es o si me lo recomendaron pero lo tenía apuntado en una lista que este año he ido descargando de títulos. Y de repente aquí me encuentro marcando con papelitos fragmentos que leeré en un programa de radio.
 
Septiembre es un mes dual. Todo comienza cuando se acaba el aplatanamiento del verano pero a la vez el frío cobija el corazón, como esta novela con ese título que cuando se nos desvela a qué se refiere nos sorprende porque igual en nuestra cabeza nos estábamos haciendo una historia paralela (ya que hay muchos refugiados de guerra).

Allí, donde "ninguna historia era lo bastante personal ni lo bastante conmovedora, porque ya la muerte no conmovía a nadie" se va fraguando una soledad compartida de la que no podrás escapar. Os dejo varios fragmentos leídos por mí para que os hagáis una idea de lo que vais a encontrar:
 

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http://www.ivoox.com/playerivoox_ee_4647889_1.html
http://www.ivoox.com/playerivoox_ee_4650624_1.html
http://www.ivoox.com/playerivoox_ee_4650639_1.html

Reseña de Saray Pavón

martes, 6 de julio de 2021

S. y el principito

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Cuando me estoy haciendo mayor… desde mi estantería, comienza El Principito a repetirme la misma pregunta (él nunca deja de formular una hasta que no se le responde), no entiende que no tenga a mi amapola protegida por una urna o que actúe como un adulto. Trato de calmarlo y le digo que el segundo dibujo es una boa que se ha comido a un elefante.

Al principio me molestaba que interfiriese en mis días sin previo aviso, pero ayer me pinté las uñas monocromáticamente a modo de invitación (necesitaba una de esas conversaciones sobre las cosas que están ahí y dejamos de contemplar al crecer). Me soltó con tono grave que estaba envejeciendo. No le di importancia (como un adulto cuando un niño le confiesa sus pensamientos), luego... se convirtió en la tarea primordial a resolver. Tenía razón.

Me da miedo percibir sólo el eco de su voz por eso lo releo cada cierto tiempo. Esa acción me limpia el cerebro de baobabs, espanta mis puestas de Sol y me recuerda que está tan sólo a una llamada de mí, a varias estrellas y una migración de pájaros salvajes.

El reloj marcaba las 2:11 a.m., preparé un vaso de leche (él es como si nunca tuviese hambre ni sed), me reveló el secreto de su zorro domesticado (“lo esencial es invisible a los ojos”) y entre juegos recuperé mi espontaneidad y las horas pasaron -lo noté en mis parpados- y volví a quedarme dormida a la orilla de mi pupitre. Entonces él, en silencio, apagó la luz, besó mi pelo y me susurró al oído esa frase que tanto me gusta (“Yo, si tuviera esos cincuenta y tres minutos para gastar, andaría despacito hacia una fuente...”) y llegó hasta mi sueño, en donde nos encontramos y reímos de esa forma tan única de la que sólo nosotros sabemos reír.
 
 
Texto  de Saray Pavón 
Imagen de Antoine Saint-Exupéry 

domingo, 4 de julio de 2021

Summa vitae

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De todo lo que amé en días inconstantes 
ya sólo van quedando 
rastros,
marañas,
conjeturas,
pistas dudosas, vagas informaciones: 
por ejemplo, la lluvia en la lucerna 
de un cuarto triste de París, 
la sombra rosa de los flamboyanes 
engalanando a franjas la casa familiar de Camagüey, 
aquellos taciturnos rastros de Babilonia 
junto a los suntuosos barrizales del Éufrates, 
un arcaico crepúsculo en las Islas Galápagos, 
los prolijos fantasmas 
de un memorable lupanar de Cádiz, 
una mañana sin errores 
ante la tumba de Ibn' Arabi en un suburbio de Damasco, 
el cuerpo de Manuela tendido entre los juncos de Doñana, 
aquel café de Bogotá 
donde iba a menudo con amigos que han muerto, 
la gimiente tirantez del velamen 
en la bordada previa a aquel primer naufragio... 

Cosas así de simples y soberbias. 

Pero de todo eso
¿qué me importa
evocar, preservar después de tan volubles 
comparecencias del olvido? 

Nada sino una sombra 
cruzándose en la noche con mi sombra. 




Poesía de José M. Caballero Bonald
Imagen de Pixabay



viernes, 2 de julio de 2021

Frankfurt entenza

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Tú estabas borracho, eso lo primero
y de pronto te encontrabas frente a un desconocido
que la mayor parte de las veces
parecía buena persona y afable.
Entonces se disculpaba, se ponía en pie
y se dirigía a la barra. Se colaba tras ella y le decía al dueño:
Oye, Salva, te cojo un poco de Albal.
Y papel de aluminio en mano
se dirigía a los lavabos
de donde regresaba
tembloroso y sudoroso
con las manos en los bolsillos
y con esa mirada.

En adelante aquel desconocido ya no hablaba más
y en adelante era conveniente no hablarle:
Cualquier comentario banal podía ser interpretado como insulto
cualquier pestañeo como agresión.
Visto con perspectiva
no sé qué hacía yo ahí.
Supongo que por aquel entonces
ya me había dado cuenta
de que para comerse el mundo
se precisaba hambre y de que yo era inapetente.
Tal vez quisiera información de primera mano acerca de cómo les va a los desganados.

Además, me inquietaba el contraste entre la rigidez de mi entorno
y la ternura de mis carnes, mi naturaleza masticable.
En todo caso estaba borracho, eso lo primero
y cuando al grito de ¡Todos fuera!
Salva echaba mano a la persiana de acero
yo me precipitaba al retrete a echar la última meada
y me miraba al espejo
y veía que pese a no andar trasteando con el papel de aluminio
también yo tenía esa mirada
y entonces caía también en cómo
a lo largo de la noche, todos todos
se habían guardado mucho mucho
de decirme nada nada.



Poema de Sergi Puertas
Imagen de Pixabay