sábado, 12 de diciembre de 2020

Ratas

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Y sí. Fueron las malditas ratas las que me salvaron. 
Llegó primero una, luego dos, luego seis... todas subían por mis piernas a través del hueco entre mis pantalones y los pedazos de cuero que llevaba por zapatos. Metían la cabeza tímidamente, como buscando a alguien en mis tobillos, olisqueaban y metían el cuello y las patas delanteras. Después empujaban la barriga y podía sentir sus pequeñas uñas avanzar hasta mi rodilla, sus colas, mucho más frías y ásperas que sus estómagos eran como espárragos adheridos a mis vellos, a veces sentía que me los arrancaban. Pero luego, cuando se quedaban quietas, el calor de sus peludos cuerpos calentaba mis huesos, y dejaba de atormentarme el frío del invierno en aquella mazmorra donde Penelope me aventó cuando pensó que la engañaba con la chica del bar, la hermosa chica del vestido azul. Ojalá la hubiera engañado, al menos tendría buenos recuerdos mientras estaba en aquel piso de piedra.
Cuando empezó el invierno, cuando caí de pie después de que me aventaran desde un auto a sesenta kilómetros por hora, se rompieron mis tobillos, y creo que los huesos de la cadera. Recuerdo que cuando me desmayaba de dolor, lo único que pensaba era que mi ropa interior estaba sucia, y que alguna enfermera tendría arqueadas cuando me la cortarán para revisarme antes de subirme a alguna ambulancia. 
Pero nunca llegó nadie, y el invierno ya había comenzado, las heridas impedían que me pudiera mover más allá de donde estaba la gotera, la bendita gotera que me hidrataba, pero que debilitaba mi razón con su sonido. Su hipnotizante y obsesivo sonido, ese ritmo que taladraba mis oídos y quebraba lo poco que aún me quedaba de razón.
Tip-tup, tip-tup, tip-tup, tip-tup.

Juntando todo mi valor, yo mismo me decía, vamos muchacho, puedes aguantar unos días en este calabozo y después te arrastrarás a la ventila a gritar por ayuda. Me lo repetía durante cada ataque de dolor, pero con los huesos rotos un hombre no puede sostener la cordura más de veinte segundos, y en esos veinte segundos me repetía, puedes aguantar unos días en este calabozo.
Pero los días pasaron y no conseguí moverme. 
Fue al segundo día que llegaron las ratas, tal vez fue antes, pero no lo recuerdo.
Mis amadas ratas, después de unos cuatro días llegaban por decenas, y seguían metiéndose debajo de mi ropa a dormir sobre mi piel, entre mis axilas, mis testículos, mi ombligo, y yo me sentía como un rey. Un rey con abrigo de pieles, pieles vivas.
Es cierto que me comí a un par de ellas, pero era necesario, yo ya me había convertido en una rata. Y entre ratas podemos comernos unas a otras para sobrevivir.
Si ellas necesitaban de mi calor, yo me las cobré con los cuerpos de dos regordetas a las que ahora nadie recuerda, excepto yo. 
Cuando me rescataron, habían pasado dos semanas y mis huesos habían empezado a soldar, de una forma aberrante por supuesto. Los tuvieron que romper de nuevo para acomodarlos, ahora ya hasta puedo correr.
Un día, fui por Penelope. 
Estaba parado en la sombra que proyectaba un farol junto a la entrada de su casa, eran las once de la noche, y yo sabía que aún no había llegado, la conocía bien.
A Las once y veinticinco, un auto de color azul y motor de ocho cilindros se aparcó a cincuenta metros antes de la entrada, reconocí en seguida el sonido del auto desde el que fui arrojado.
Escuché la despedida, y murmullos de coquetería, me pegué a la pared.
Apreté el cuchillo y esperé.
Ya son las cinco de la mañana y vine a la cloaca donde hace un año me arrojaron, y mis amadas ratas salieron de inmediato a saludarme, ay ¡mis amadas ratas! 
Era la primera vez que volvía luego de que me rescataran. 
Pero valió la pena, esta noche les traje una hermosa y carnosa pierna con todo y nalga, es difícil separar piezas cuando no eres carnicero y solo tienes cuchillos de cocina en casa, y además si tuviste que llevar un cuerpo en la cajuela y subirlo cuatro pisos a tu apartamento, la cosa se pone de fastidio. 
Mañana, será un suculento paquete de vísceras. Pasado una jugosa cabeza con todo y cabello.
Y quién sabe, tal vez cuando acabe con Penelope, vaya por el chofer del coche azul... aún no lo sé, quizá el sea inocente, un hombre no sabe lo que hace cuando está enamorado. 
Por lo demás, me casare con aquella chica de vestido azul que conocí hace un año en el bar de karaoke, y es posible, quizá , podríamos tener un departamento y tal vez algunas ratas como mascotas, por si el invierno se vuelve insoportable...


Relato de Mario Treviño
Imagen de Pixabay

jueves, 10 de diciembre de 2020

Artes amatorias

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Absténgase señora multiorgásmica
que un servidor no está para estos trotes
y búsquese a un mancebo con más dotes
por mor de juventud citoplasmática.

Venga después a mí, que —desbravada—
mi faena de capa y de muleta
hará que pida indulto a este poeta,
al descubrir que nunca fue la espada

la que ganó las guerras amatorias.
Hay antes y hay después, porque la suerte
suprema de la lidia no es la muerte
por pequeña que sea. Las victorias

no se fraguan con música, la calma
apasiona mejor a cuerpo y alma.




Poesía del Abate Sancho Baile
Imagen de Pixabay



miércoles, 9 de diciembre de 2020

Asomándonos a la música y el arte desde el machine learning

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Magenta es un proyecto de código abierto que explora las posibilidades del machine learning en el proceso creativo. Código abierto hace referencia a que las tripas son públicas, cualquier persona puede tener acceso a ellas. Machine learning es el término inglés para referirse al aprendizaje de las máquinas por medio de inteligencia artificial, en realidad, a través de algoritmos que revisan datos y a partir de ellos son capaces de predecir comportamientos futuros.

La inteligencia artificial y el análisis de datos está invadiendo nuestras vidas cotidianas, por ejemplo en campañas de marketing, estudios de hábitos de consumo o recomendaciones de productos. En la iniciativa magenta el fin es facilitar el juego y la creación a mentes inquietas con algunas nociones de desarrollo informático. Lo que primero llama la atención es la facilidad para generar música. ¿Cómo? Utilizando abstracciones que provee magenta, cambiando melodías, tiempo, pasos, incluso temperatura o usando modelos de machine learning que, una vez entrenados, serán capaces de generar la música.

Por ejemplo,  magenta puede echar una mano para crear estilos musicales mezclando otros dos, en mayor o menor medida, como en este demo:

Disponible aquí 

En esta charla la autora habla, entre otros, de Magenta. El título es elocuente: Why you should build silly things.

Detrás de magenta está nada menos que Google, que promueve investigar y jugar con la combinación de inteligencia humana y artificial. 

A veces un ingrediente necesario en la creación es una pizca de locura, humana… o artificial.
 
Texto de Mario Tornillo
Imagen capturada del proyecto Magenta

domingo, 6 de diciembre de 2020

Me ha picado esta noche

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Me ha picado esta noche
la mosca de los celos tras la oreja
y quisiera saber si estás en casa
o con otro, corriéndote una juerga.
Aunque andes de puntillas,
se despierta la fiera
y uno que es liberal y no le importa
lo que hagan con la vida, si es ajena,
se vuelve suspicaz, mezquino, espía,
ve visiones, se amarga y se atormenta.
- Es el amor que pasa.
Pues que llame a otra puerta.


Poema de Javier Salvago
Imagen de Pixabay

viernes, 4 de diciembre de 2020

Nunca se sabe...

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Aunque las horas parecen todas las mismas, nada queda igual tras el transcurso de estas...

En la memoria quedan esos silencios que nunca fueron sonidos, palabras...  solo recuerdos soñados de aquello que pudo ser y no fue... que en realidad quedó, hermoso y bello en el alma, en el corazón... dejémosla estar.

La noche transcurre entre sonidos y luces que me llevan al alba desde la puesta del sol. Las montañas aún no muestran su capa blanca del comienzo de las lluvias; pero encuentro destellos rojos en el cielo; me avisan de las primeras lluvias del otoño.

Creí que las estrellas vendrían a buscarme esta noche, pero encontré el destello de las sonrisas, de las palabras que me abrazan en un son de sonidos mágicos que hacen que no me mueva esta noche de mi refugio. —Llueve—

Encontré en la memoria palabras llenas de belleza, de ilusiones, de sueños… encontré algo que me atrapó en un lugar indeterminado; de sorpresas ilusorias, maravillosas, proveniente de otras partes del mundo. Ya no sé donde ubicarme, no sé donde asentarme; ya no necesito las mismas cosas de antaño.

Solo busco una silla, una mesa, papel y lápiz. Lo esencial quizás para pasar un invierno más.

Buscaba un lugar para quedarme, pero solo encuentro la duda, la incertidumbre de ésta; el no saberme ya de ningún lugar.

Buscaba compañía y solo encontré más soledad a partir de aquella que me dio la serenidad de saberme. Ahora ya no me sé. Ahora ya no me encuentro en aquella que me hizo feliz. Ahora busco lo esencial para recuperar la soledad que perdí; esa soledad que uno aprende  amar,  desear; donde el soñar y saberse se unen en una sola cosa, ser.

Bajé del coche, entré en un bar de carreteras, me senté en una mesa junto a la cristalera que miraba a la autovía y, comencé a hablarme a mi mismo, bueno, a mi reflejo en la cristalera, mientras las luces de los autos pasaban a toda velocidad, sin ellos saber que un individuo solo, estaba hablándose así mismo en un cristal, —en un bar de carreteras—.

Le pedí al camarero un lápiz, o un boli y, un café, comencé a escribir todo lo que el otro, —el otro yo me decía…—  me escuché durante horas, hasta que el camarero me vino a decir que era hora ya de cerrar, no sé si se percató de mi conversación, pero su mirada estaba algo asustadiza… —no puedo recordar de qué me hablaba—.

Me di cuenta que no toqué el café, qué la libreta que llevaba estaba completamente llena de frases y palabras que no tuve tiempo de analizar hasta pasado un tiempo, después de dormir durante días, en una localidad que no pude ver,  —llegué de noche y marché del mismo modo—, buscándome, o buscando no sé qué… quizás solo descansar;  conducía y conducía, de un bar de carreteras a otro, hasta que no podía más… y, —“no sé como”— encontré, una casa que un buen señor me alquiló por muy poco, —la casa estaba en obras—, en un pueblecito muy pequeño, se componía —“el pueblo”— tan solo de dos calles en medio de una carretera que conducía a ningún lugar, por no tener no tenía más que un bar donde se podía comprar de todo; —y ahí sigo—, con la intención de comenzar algo, o terminar, no sé; —“nunca se sabe…”— quizás es tan solo una parada.

Creí que las estrellas vendrían a buscarme esta noche, pero encontré el destello de las sonrisas, de las palabras que me abrazan en un son de sonidos mágicos que hacen que no me mueva esta noche de mi refugio. —Llueve— Que la memoria siga su curso, y aunque las horas parecen todas las mismas, nada queda igual tras el transcurso de las dudas, de los días, meses, años…

En algún lugar quedamos, dejamos nuestra impronta, pero sé, que el camino continúa, que esta será una parada; que visitaré más bares de carretera, que dormiré en otras camas que no es esta de hoy, que la maleta siempre estará medio hecha. No sé; —“nunca se sabe…”— quizás. Todo sea siempre un recomienzo, un quizás, una búsqueda continua, sombras de uno mismo que se desvanecen en el pasado mientras hacemos el presente.  

En el reflejo que deja la lluvia en el asfalto veo recuerdos, colores de otros tiempos, ni mejores ni peores, tan solo imágenes que me evocan a mí. El paisaje se torna de maravillosos contornos que me llenan de esperanzas, de sensaciones mágicas, que construyen mi presente.

Texto y foto de Juan Manuel Álvarez Romero

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Nuestros amigos

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Todos nuestros amigos
odian a nuestro presidente
pero yo no odio a nuestro presidente:
odio a quienes le votaron.

Todos nuestros amigos
arremeten contra la caja tonta
pero la caja no tiene culpa:
emite lo que piden los tontos.

No. Yo no odio a nuestro presidente
ni odio a la caja tonta.
Odio a nuestros amigos.



Poema de Sergi Puertas
Imagen de Pixabay