Me gusta mi nombre, Romina, me agrada la fuerza de su arranque. Cuando me nombro siento que estoy impulsando algo que viene de adentro, algo que raspa y está revuelto, pero que al salir del todo se torna un arrebato tierno.
No me gusta mi edad, y eso también es algo arrastrado. No me gusta mi edad desde que tengo conciencia de la misma; siempre quise ser más grande, y en realidad, siempre me sentí mayor. Ahora, por ejemplo, me siento de treinta y me gustaría tenerlos, mas me faltan siete, creo que siempre le faltan siete años a mi deseo.
Me gusta mi cuerpo, creo que es un honor cargar con un cuello tan alto, esa es mi parte favorita y quizá, todo mi cuerpo pueda reducirse a mi cuello, pues lo demás no me importa.
No me gusta mi mente, a veces intento desplantarla, pero ella siempre me encuentra. Entonces, de repente a la hora del desayuno se despierta y empieza a condenar desayunos pasados, vencidos, que han caducado hace años.
Creo que esos pares definen la guerra que soy, lo que puedo cambiar me agrada, lo que no se me impone como un latente enemigo que silencioso aguarda para clavar la puñalada.
Además de eso, cabe espacio para lo más superficial, soy Licenciada en Letras, pero me importa un comino; en realidad lo que descubrí amar es la educación, y en especial, a los receptores de la misma, esos ojitos locos que se mueven como estrellas en el cielo y alimentan el conocimiento que si está solo en mí se me hace conocimiento muerto.
Y la poesía es un poco el registro de todo lo dicho anteriormente, cada uno de los impactos que suponen las venturas y desventuras de estar viva en todo eso. Escribo desde niña, con idas y vueltas, y creo que sigo escribiendo porque una vez, a los seis años, alguien me dijo que iba a ser una escritora y creo que simplemente supuse que era cierto. De todas formas, otro de los descubrimientos fue descubrir la poesía oral, allí encontré mi salsa. Gracias a En el camino de los perros, y en especial a Hoski, pude probar lo que era decir el papel en 2016, desde ese momento me he re-representado en varios lugares y volví a amar la esencia de lo performático, una llaga abierta que me había dejado el fracasar mi sueño de ser actriz. Sin embargo, gracias a todo eso retomé fuerzas y he empezado la maestría en Teoría del teatro; no actúo, es cierto, pero puedo volver a pisar los teatros, ver obras y animarme otra vez a escribirlas.
Prefacio con epílogo:
hubiera sido
de ser
un caer sin ciencia
un vuelco sin inercia
hubiera sido
de ser
pero no ha sido más
que esta brutal hora fúnebre
Pero ahora resulta que soy lo que odio:
No soporto la tristeza robótica
de los bohemiancyborgs,
pero también eso soy.
El futuro ha levantado la mano
para sacarnos el alma de su recoveco
y ponerla en el muro.
Así es y así será,
somos como Laika
pero nosotros nos reventamos por gusto
solo para estar en la carrera
y poder decir algo.
Foto, poema y bio de Romina Serrano