miércoles, 12 de julio de 2017

Cuestión de fe

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Se vistió según las indicaciones exigidas. Es decir: traje de chaqueta oscuro, camisa blanca acompañada de corbata azul y, como era habitual en estas ocasiones, su más apreciado talismán, los gemelos con el símbolo del dolar.

Ya en la calle, caminó los veinte pasos correspondientes hasta su Audi TT negro. Cuando lo alcanzó, pasó la mano sobre la puerta para sentir el tacto de la carrocería. Antes de arrancar, miró por el retrovisor si estaba bien camuflada su incipiente calvicie y, cerrando los ojos, acarició la cola de liebre que guardaba en la guantera.

Al llegar al lugar indicado, un garito situado en un polígono industrial cercano a la autovía N-IV, le esperaba en la entrada ese tipo rapado que le presentó Juan. No le gustaba nada su cara de boxeador retirado, pero la propuesta que le hizo cuando lo llamó fue muy interesante. Así que aceptó.

Al entrar en la sala le desconcertó la potencia de las luces, el suelo enmoquetado de rojo que impedía oír los pasos y, sobre todo, la música de Vivaldi. No hallaba ninguna señal que emitiera buenas vibraciones. Sin embargo alejó ese desconcierto achacándolo a las rarezas de la gente de dinero.

El tipo le presentó a los cuatro jugadores y después de una partida de billar para relajar tensiones se inició la timba. Comenzó perdiendo 2500 euros, luego la pérdida ascendió a la cantidad de 6100 y tras cuatro horas... sólo consiguió recuperar 1000.

A las seis de la mañana no pudo impedir que el Rolex desapareciera de su muñeca; mientras se despedía de él se censuró por no haber hecho caso a las señales, ellas nunca le fallaban. Demasiada luz, demasiado Vivaldi... no debería haber apostado.

Entonces el jugador más corpulento rodeó su nuca con un brazo y le preguntó:
–¿Quieres recuperar lo perdido y triplicarlo?
–Me gustaría pero... no tengo efectivo –contestó, retirando la pesada mano de su cuello. No le gustaban esa clase de confianzas.
–Para lo que te propongo no hace falta dinero sino... ¡cojones! –dijo golpeando fuertemente la mesa. A continuación hizo un gesto al tipo de la cara de boxeador retirado que al instante apareció con un revolver en la mano y una bala en la otra–. Si tienes huevos... ¡aquí tienes esto! ¿Ya conoces el juego, no? Basta con apretar una vez el gatillo... ¡BANG!... y listo –murmuró pellizcándose el bigote.

En ese preciso instante la música cesó. Una paz interior lo inundó, tenía fe ciega en los signos del destino, así que, en silencio, mirando fijamente el arma, la tomó entre sus manos con decisión. Abrió el cargador, introdujo la bala en uno de los orificios, lo hizo girar como una ruleta, apostó al número ganador, la colocó en la sien derecha y, sin dar lugar a que el público disfrutase del espectáculo, apretó el gatillo. Luego la dejó sobre la mesa, recogió el reloj y, mientras se ajustaba el nudo de la corbata, dijo:
–Bueno... aclaremos las cuentas que hay que dormir.

Al arrancar el auto sintió como un sudor frío empapaba su espalda y, en ese momento, fue consciente del mal sabor que deja el peligro, sobre todo si es de metal, pero su angustia se disipó cuando acarició la cola de liebre. Entonces arrancó el coche, pisó varias veces el acelerador para escuchar el rugir del motor. Activó el equipo de música, seleccionó el disco Outlandos d´Amour del grupo The Police, donde figuraba su tema favorito y sonrió al comprobar que, una vez más, había conseguido mantener la fe en esas señales que se cruzaban en su camino.

Al día siguiente en la sección de sucesos de los periódicos locales, mezclada entre las noticias de varios atracos y una denuncia de agresión, se podía leer:

El Servicio de Emergencias 112 y la Guardia Civil informan que en el día de ayer, a las 7:00, el conductor de un Audi TT negro, identificado con las iniciales P.S.M. falleció en accidente de tráfico al no respetar la señal de stop. El ocupante del otro vehículo implicado en la colisión ha resultado ileso.


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Relato de Esperanza García Guerrero, de su libro Puertas Giratorias, editado por Ediciones En Huida, 2012.

lunes, 10 de julio de 2017

Vagaré

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Vagaré por los desiertos del olvido,
donde sólo los susurros del pasado me acompañen.
Vagaré con la esperanza,
de que mis pies sangrientos y ajados,
se hundan en arenas nuevas
que renovados de ilusiones los dejen.

Vagaré hasta aprender a perdonar y olvidar,
y si no aprendo,
que la memoria me falle
y en la tinta de estos versos
se pierda mi dolor y desengaño.

Y aun sabiendo que el viento siseante
se llevará estas futiles palabras
cuando en el tiempo
en la misma tesitura me encuentre,
qué sino es la vida,
más que riesgo, amor y perdón,
y lo que fue,
seguirá siendo igual,
no podemos
de nuestra naturaleza renegar,
el pájaro ansía libertad.

 
Poema: David Losada
Imagen de Pixabay.

sábado, 8 de julio de 2017

Eco

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Y atisbo en mi memoria los recuerdos de una vida,
como el eco que reverbera
en las megalíticas paredes del Olvido.
Empequeñecido a fuerza de golpes,
sobreviviendo solo,
solo,
como restos de lo que fue
o tal vez,
de lo que pudo ser.

Y atisbo en los recovecos más inhóspitos de mi alma
esperando encontrar el instante exacto,
el momento preciso de esas palabras,
de tu voz,
de ti.

Y temo que quizás,
sólo tal vez,
como el eco,
nunca salieran de tu boca.
nunca salieran de tu boca.

Texto de Migue Carrión
Foto de A. Moreno

jueves, 6 de julio de 2017

Sin pies ni cabeza

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En algún lugar del universo está perdida mi cabeza. Es esa testaruda testa en forma de canasta que antes dormitaba sobre mis hombros. Mis lánguidos hombros los perdí durante una fiesta en Cancún bailando una endiablada salsa. Mi sangre era la salsa que como tabasco corría y ardía por mis venas. Ellas corrieron mejor suerte, se colaron como polizones en un crucero por el Mediterráneo y acabaron en Italia como cuerdas de violín. Mi tronco parecía un violín, o más bien un violonchelo robusto cubierto de vello masculino. Ya que menciono mi masculinidad, sería mejor no hablar de dónde acabó mi malogrado miembro. En la gran ciudad de Nueva York se consume mucho perrito caliente. Yo tuve un perro que ladraba como un neoyorquino sin corazón. Mi corazón acabó en Virginia, según las infames murmuraciones fue devorado sin piedad por un club de lectura femenino. Una fémina encontró uno de mis pies y lo vendió a un coleccionista desalmado. Mi alma viajó durante un par de minutos por un supermercado hasta que se topó con la fémina. Apesadumbrada, mi ánima le pidió mi pie perdido. Ella, que era socia fundadora del club de lectura, sintió pena de mí alma y vomitó mi corazón. Luego me llevó ante el coleccionista y prometió que me ayudaría. Aquel malvado caballero poseía todo cuanto fui: mi cabeza, mi tronco y mis hombros musicales, mi pie, el violín afinado con mis vasos sanguíneos, todo, incluso aquello de cuyo paradero jamás tuve constancia. Tras una larga discusión que mi cabeza siguió atentamente, la fémina vendió mi alma a cambio del resto de mi cuerpo. Con sus amplios conocimientos en el campo de la brujería consiguió devolverme a mi estado original. Y ahora soy suyo, puede hacer conmigo lo que quiera, pues no tengo alma y seré su esclavo para el resto de nuestras vidas.

Ha pasado el tiempo y he terminado acostumbrándome. Aunque sin duda, todo aquello fue una situación que desde luego me dejó de una pieza.

 Texto de A. Moreno
Imagen de dominio público modificada por A. Moreno

martes, 4 de julio de 2017

Bum.

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Ahora mismo no sabría decir qué video fue el primero, porque detrás de ése vinieron más (todos los que me permitió lo que quedaba de día). Me bebí su canal en poco tiempo. Creo que ese es el efecto que genera esta persona.

Preguntarse ¿quién es Miguel Agramonte? no sirve de nada. Tiene tantas caras como gente y situaciones existentes. En lo que suelen coincidir es en su creatividad, originalidad e inquietud. También el cómo se ve depende del momento. En sus obras hilvana perfectamente sus ideas con sus referentes. Dibuja, hace videoblogs y videopoemas, le da a la fotografía, realiza experimentos... ¿teatro? ¿Qué rama se queda huérfana con él?


Hacer de lo cotidiano arte, no es su reto. Ni desatar emociones, calzar ideas o zambullirse en los primeros planos y en los macroplanos. Lo que está claro es que no ha venido a hablar del tiempo y que las microdosis o dosis completas las domina a la perfección, como si tuviese un pacto con el tic tac.

Si te adentras en su micromundo te costará salir (confieso que iba a picotear vídeos para escribir esta entrada y, al final, no he dejado ninguno pendiente). Pero... no te asustes. No sólo merece la pena sino que si empiezas ahora no tendrás tantos vídeos pendientes (lo peligroso viene en nuestro querido Julio, ese mes llega cargado de piezas de su engranaje).



Esperamos tenerlo en el siguiente número de La i Revista, mientras tanto... ¿Qué nos deparará su Julio?



Texto: Saray Pavón
Audiovisuales y fotografías: Miguel Agramonte

domingo, 2 de julio de 2017

Melancolía

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Interpretación de los títulos de crédito del film Melancolía de Lars Von Trier. La entiendo como un caminar hacia uno mismo, donde existe la negación tanto a la vida como a la muerte.

El punto de partida es la obra de Malevich, presente en una escena de la película. Malevich, suprematista, nos dice en blanco sobre blanco que "la dinámica del movimiento ha alcanzado aquí, en su centro de estímulo, la frontera más lejana, en la cuál tiene que pulverizarse" (última consecuencia de la no objetividad). Creo que esta frase representa la esencia de Melancolía. En el vídeo se trabaja la estética blanco sobre blanco, negro sobre blanco... interpretándola de forma física, donde el propio cuerpo se mimetiza con el fondo.

La melancolía nos pulveriza, o ¿somos nosotros mismos los que lo hacemos?





Texto y audiovisual: Beatriz Pavón