En 1974 el disco 461 Ocean Boulevard de Eric Clapton salía al mercado
y pasaba desapercibido, a pesar de contar con la producción de Tom
Dowd (durante los años ’50 y ’60 el mejor ingeniero de sonido de
Atlantic), y un material espectacular, pero infravalorado. También
fue el año en que Roxy Music sacó un disco en cuya portada
aparecía una fotografía con dos fans del grupo que conoció Bryan
Ferry en Portugal. Constanze Karoli y Eveline Grunwald se cruzaron
en su vida cuando escribía las letras para Country Life. Parece ser
que fueron una gran fuente de inspiración. En todos los sentidos. En
1974 fue también cuando Supertramp lanzó Crime Of The Century,
disco que aparecía para mantener su contrato de grabación con
A&M, pero que se convirtió en una obra maestra, siendo uno de
los mejores trabajos de la banda. Año en que Neil Young se ponía
melancólico junto al mar y sacaba On The Beach, y Bob Marley se
presentaba al mundo con sus Wailers y el disco Natty Dread. En ese
mismo año de 1974, Peter Grant, el manager de los Led Zeppelin,
produce el LP Bad Company, del grupo homónimo. Bad Company
estaba formado por Boz Burrell, antiguo bajista de King Crimson
(décimo sexto hombre que hizo una audición para este puesto),
Mick Ralphs, el que fuera guitarrista de Mott The Hoople; y Simon
Kirke y Paul Rodgers, batería y voz procedentes del grupo Free. Y
fue en 1974 cuando la misma banda que había sido telonera de los
Mott The Hoople de Mike Ralphs sacó dos discos. La misma con la
que un veterano Paul Rodgers se relacionaría en 2004.
Vengan hacia estas arenas
amarillas y tómense de las manos
después de los saludos y los besos
a las salvajes ondas,
y bailen alegremente aquí y allá
Acto I de La Tempestad de William Shakespeare, que sirvió de
inspiración a Richard Dadd, como muchos de sus textos, para crear
la pintura “La canción de Ariel”. Pero iba a ser otra canción la
que iba a tener relación con su vida, mucho después de morir,
sin ni siquiera saberlo. Dadd nació en agosto de 1817 en Chatham, (Kent), hijo de un distinguido químico que años
más tarde se instaló en Londres. En esta ciudad realizó
sus estudios de arte y destacó por obras pictóricas cargadas
de fantasías, como la anteriormente citada o “Puck y Titania
durmiendo”, inspirada en Sueño de una noche
de verano, o “Vengan hacia estas arenas
amarillas”, una cabalgata de danzantes
feéricos en una playa a la luz de la luna
que fue la sensación de la exposición
anual de la Royal Academy en 1842,
cuando tenía 25 años. Fue en ese
momento cuando el antiguo alcalde
de Newport, su amigo sir Thomas
Philips, decidió partir con él en un viaje
iniciático como hacían los románticos.
Sería una buena oportunidad para
conocer otros perfiles, otras tierras,
otras culturas; el mundo, al fin y al cabo,
con la intención de ampliar sus conocimientos y perspectivas, de
desarrollar su técnica y temática. Un descubrimiento. En ese viaje
recorrió Italia, Grecia, Turquía y Egipto, y sirvió como evolución
para sus dibujos, realizando numerosos esbozos, como los de la
Salute de Venecia, los olivos de Atenas, camellos turcos o paisajes
de los diferentes puntos recorridos, con un gusto acentuado por
oleos de tinte oriental, que comenzaban a destacar en el panorama
artístico. Antes de concluir ese año de 1842, Richard Dadd sufrió
una colosal insolación en Egipto. Dicen que la pálida dama le visitó.
Que el barquero lo esperó al borde de la orilla. Que Osiris invadió su
cuerpo… pero sobrevivió.
El 8 de marzo de 1974, Queen saca al mercado el disco Queen II,
que poseía una mayor libertad creativa, marcaba diferencias y
comenzaba a definir un estilo propio y personal. Su finalización
coincidió con la crisis del petróleo de 1973, por lo que se retrasó
su lanzamiento debido a las medidas de ahorro de energía que
se llevaron a cabo durante meses, ya que la industria del plástico
depende en gran parte de derivados del petróleo. El primer disco se
grabó en las dependencias de Trident Studio bajo unas condiciones
deplorables. Grababan cuando estaba vacío, en las horas muertas, en el momento en que nadie lo usaba, lo que suponía trabajar
de noche y de madrugada. Sin embargo los resultados fueron
espectaculares, y para este segundo LP, también realizado en los
mismos estudios en agosto de 1973, se emplearon “todas las
técnicas musicales y de producción concebibles”, como declaró
posteriormente el productor Roy Thomas Baker. Además significó
el inicio de la colaboración con el ingeniero de sonido Mike Stone
y el primer disco de la banda que triunfó en Inglaterra. El fotógrafo
Mick Rock había trabajado con David Bowie, Lou Reed e Iggy
Pop y sus resultados habían gustado al grupo. Se reunieron con él
para la portada del disco y así cuidar todos los detalles. Buscando
inspiración, Rock se encontró con Marlene Dietrich, que poseía
para el set de la película Shanghai Express (Josef von Sternberg,
1932) una fotografía con una fuerte iluminación cenital, en la que la
actriz tiene los brazos cruzados y las manos abiertas con los dedos
extendidos y separados.
El resto de la historia termina en la fotografía que presenta el
disco y que posteriormente usarían para otras canciones, como el
videoclip de Bohemian Rhapsody o I Want To Break Free. Dividido en
dos partes diferenciadas como ‘White Side’ y ‘Black Side’, el trabajo
separa los temas creados por Freddie Mercury y Brian May y Roger
Taylor, pues John Deacon aún no componía. El disco comienza en el
lado blanco con las canciones Procession, Father To Son, White
Queen (As It Began), Some Day One Day, todas escritas por
May, y The Loser In The End, de Taylor.
El lado negro es solo de Mercury y posee los temas
Ogre Battle,
The Fairy Feller’s Master-Stroke,
Nevermore,
The March Of The
Black Queen,
Funny How Love Is y
Seven Seas Of Rhye. Roger Taylor
declaró años después que en este disco se sintieron libres, que
experimentaron y que tuvieron mayores posibilidades de crear
lo que ellos querían, aún exentos de presiones discográficas. Su
canción, cargada de dulce rebeldía juvenil, cierra de forma lírica y
dura a la vez, el lado blanco, llegando a ser más una transición que
se intensifica con su voz endurecida. Entramos en el lado oscuro
progresivamente, y nos encontramos de bruces con Ogre Battle, de
una estructura musical realmente compleja, con potentes y fuertes
riffs de Brian May y un impresionante trabajo de múltiples efectos
sonoros, todo aderezado con el aporte melódico otorgado por el
gran Freddie Mercury. Tras la batalla del ogro nos encontramos de
frente con el golpe maestro del duende leñador.
Richard Dadd volvió a Londres en 1843, pero Egipto asesinó
su cordura. Dicen que fueron lesiones corticales o tal vez que el
delicado estado que lo mantuvo al borde de la muerte hizo que
apareciera un brote esquizofrénico. A veces dicen que fueron
ambas; una, consecuencia de la otra. Sin embargo, el artista tenía
otro punto de vista de lo ocurrido. Aseguraba que había sido
poseído por Osiris, el dios egipcio de la resurrección, el cual había
decidido convertirle en su mensajero y emisario con la expresa
tarea de luchar contra lo diabólico del mundo. Entre sus objetivos
estaba la erradicación del mal, encarnado en las figuras del que
había sido su compañero de viaje, sir Thomas Philips, el emperador
de Austria, el Papa de Roma, algunos de sus amigos o su propio padre, Robert Dadd, quién se negaba a reconocer la locura de su
vástago, cada vez más desarrollada y manifestada en esa enfermiza
obsesión por la extirpación de lo maligno. Consideraba que su hijo
debía descansar y que con el simple y mero reposo se repondría,
a pesar de las recomendaciones del doctor Alexander Sutherland
de internarlo en un manicomio, pues tras examinarlo dictaminó
que Richard ya no era responsable de sus actos, un alienado sin
conciencia de situación con ideas delirantes. Con el pretexto de que
una estancia en su tierra natal le repondría, Richard citó a su padre
en Cobham y allí se reunieron para cenar en Ship Inn. Después
salieron a dar un paseo. Osiris no dejaba de insistir con sus órdenes
impiadosas. Hay que salvar a la humanidad de lo diabólico. A la
mañana siguiente, los restos del padre fueron encontrados en una
zanja. Richard le partió la cabeza a su progenitor con un golpe de
hacha, para después cortarle la garganta de un tajo con una navaja
de afeitar y clavarle posteriormente un cuchillo en el pecho. Luego
lo descuartizó, como hicieron con Osiris, de acuerdo con la mitología
egipcia. Fue arrestado cerca de Fointainebleau, tras haber agredido
a un desconocido en un vagón de tren. “Maté a quien yo siempre
consideré un pariente, pero según la secreta advertencia que se me
hizo, iba a convertirse en el artífice de la ruina de mi raza”.
The Fairy Feller’s Master Stroke es la siguiente canción que sigue
a Ogre Battle. Es un tema musicalmente barroco, pasando por
multitud de matices, cuyos coros y melodías nos retrotraen a los
entornos festivos medievales, folklóricos y alegres. Los coros y voces
dobladas se alternan y comparten fragmentos, sostenidas por unas
bases de clavecín. El ritmo genera unos círculos concéntricos de
notas que atrapan el sonido en espiral. Girando en un eterno círculo
sin fin. Cerrándose sobre el oído. Mercury logra transmitir una
atmósfera claustrofóbica. Analizando la letra encontramos palabras
del inglés antiguo, como “tatterdemalion”, “quaere”, o referencias a
Oberon y Titania, personajes de la comedia de Shakespeare, Sueño
de una noche de verano. Por supuesto aparece el duende leñador
que está a punto de asestar el golpe maestro, rodeado de personajes
reunidos para observar el momento congelado en el tiempo. Ese
instante que nunca llega a producirse. Hay un labrador carretero y
un político con pipa senatorial que es un fenomenal perdedor
de tiempo. Justo lo que nunca ocurre. Lo que nunca pasa.
El tiempo está ausente. El tiempo espera. Hay un pedagogo
frunciendo el ceño y un sátiro que mira bajo los vestidos
de una dama. Él es un pervertido y ella también. En la misma
letra están el harapiento y el basurero, un ladrón y una libélula
trompetera. El duende le hace cosquillas a la fantasía de su amiga,
la ninfa en amarillo. Soldado, marinero, latonero, sastre, labrador…
todos esperan el momento exacto en que el leñador mágico, ese
duende, aseste el golpe final. El golpe maestro. También están
Oberon y Titania observados por una bruja, y la reina Mab y un
buen boticario. El mozo de cuadra está expectante, clava su mirada
en el golpe. En el momento previo. Mientras apoya sus manos en
las rodillas. ¡Vamos señor leñador!, ¡vamos duende! Rómpelo.
Ábrelo, si te apetece.
“En un escenario de abigarramiento obsesivo, pintado al
microscopio, sin huecos ni alivio, el anónimo leñador se dispone
eternamente a descargar su hachazo definitivo sobre una gigantesca
castaña. Diversos personajes de fábula, elegantemente hechizados
o grotescos, margaritas atentas, juncos, frutos caídos, observan
con aliento suspenso la ejecución de lo inminente. Quizá esperen
ser rescatados por ese sacrificio a la vez implacable e incruento,
duplicación misteriosa de aquel otro, sanguinario, que los esclavizó
en el jardín alucinante. Es la vivencia desgarradora del tiempo en
la acción lo que está allí pintado, como bien resume Octavio Paz en
su comentario de la obra: ‘La espera es eterna: anula el tiempo; la
espera es instantánea, está al acecho de lo inminente, de aquello
que va a ocurrir de un momento a otro: acelera el tiempo’. Eterno
retorno de lo mismo tan raudo que ni siquiera llega a ocurrir la
primera vez, y así consigue su particular infinitud, juntamente
opresiva y fascinadora”.
Con estas palabras describía el filósofo
Fernando Savater la pintura que Richard Dadd dejó inacabada en
julio de 1864, al ser trasladado del psiquiátrico Bethlem Hospital
al primer manicomio para criminales de Inglaterra, Broadmoor.
La obra fue pintada entre seis y nueve años para H.G. Haydon,
uno de sus enfermeros, y mide 54 por 39,4 centímetros. Se titula
The Fairy Feller’s Master-Stroke. Repleta de figuras de fantasía,
de personajes mitológicos y sorprendentes, la pintura es una
minuciosa y detallada descripción del mundo interior de Richard
Dadd. Las ramas en un primer plano, emergen del lado inferior
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izquierdo, ascendiendo hacia el leñador y su hacha. Justo en ese
punto la mirada gira en espiral y queda atrapada por la maraña
onírica y abigarrada de un contenido de horror vacui. El círculo
en el que empieza y acaba y vuelve a empezar y a terminar para
comenzar de nuevo. La eternidad en el momento exacto en que
se va a asestar el golpe. Una y otra vez. Una cadencia rítmica. Un
vaivén de locura. Agobiante y extremo. Asfixiante. Sin centro. No
existe un eje o foco central. No hay un punto de fuga. Todo es
concéntrico. Todo se expulsa a los arrabales pictóricos. Al fuera de
campo. La consonancia que reverbera en los brazos de la hélice de
este sueño alucinógeno. Un compás que se acelera generando una
atmósfera opresiva. Casi podemos escuchar las notas que compuso
Freddie. Podemos tocar el delirio extremadamente meticuloso
de Dadd. Su psicosis. La combinación de ambas manifestaciones
artísticas. No vemos el rostro del leñador. No podemos contemplar
las facciones de aquel poseído por Osiris. Sin embargo, sentado en
primera fila, muy cerca de la ausencia del centro y junto al fruto
que va a ser cercenado, un pequeño duende de piel gris, brillante
calva e inmaculada barba observa, con ojos desorbitados, el rostro
que no vemos. La cara del leñador que se nos oculta al espectador.
Dicen que es Richard Dadd. Quizás su propio reflejo. Y frente a la
galería de expresiones y rostros expectantes del cuadro, el de este
pequeño duende rezuma miedo. Destila pánico y pavor. Como si
su verdadero yo permaneciera sentado, horrorizado ante el crimen
que se va a cometer. Impotente. Inmóvil. El único que no está en
movimiento. Los restos de cordura representados en ese pequeño
hombrecillo, viejo y asustado, que mira la cara del asesino al que es
incapaz de detener.
“Me inspiré a fondo por una pintura de Richard Dadd que se
encuentra en la Tate Gallery. Entonces pensé escribir algo, realicé
una investigación sobre ella y todo eso sirvió de inspiración para
escribir esta canción bajo mi punto de vista, bajo mi propia mirada
sobre la pintura que tenía ante mis ojos. Quizás sólo está hecha
bajo una visión básica, de alguien que la miró como un collage y
como me gusta la pintura, pensé que sería interesante escribir sobre
esto”, decía Freddie Mercury en 1977 sobre el cuadro y la canción
homónimas, The Fairy Feller’s Master-Stroke.
Dejó que
la visión que había representado Dadd de su propia paranoia,
se sumergiera en su subconsciente. Se dejó atrapar por sus detalles y personajes. Por la ambientación y atmósfera.
La inspiración fluyó y la transmisión de creatividad se convirtió en canalización artística. El tráfico de fantasía dio como resultado
la letra y música de la canción que se aloja en el lado negro del disco
Queen II. Cuando la idea cristalizó y estuvo terminada, se la enseñó
a sus compañeros de banda en el estudio, donde previamente
había pedido al productor Roy Thomas Baker que le tuviera listo un
clavicordio y un piano y que le acompañara con unas castañuelas.
Cuando se sentó, el derroche artístico de Richard Dadd y Freddie
Mercury se unieron en una sinfonía pictórica que sonaba con un
ritmo imparable, medieval y contemporáneo. Convenció a May,
Taylor y Deacon para que fueran juntos a la Tate Gallery y pudieran
ver la obra en el mismo lugar donde, actualmente, sigue expuesta.
En 2003 Brian May diría que la canción es “una pieza sorprendente;
aún me acuerdo de ese día. Yo estaba por ahí en el estudio, y miraba
atentamente a Freddie que disfrutaba en el piano tocando esta
canción, que tenía un estilo algo maniático y a la vez tan frágil en
su melodía”; Roger Taylor la describe como “el experimento más
grande para un equipo musical”, haciendo referencia al uso de
varios instrumentos en su grabación y raras técnicas de producción,
así como los arreglos tan arduos que se llevaron a cabo, incluyendo
la parte vocal, donde cada coro y doblaje de voz fue delineado de
una manera específica para que encajaran a la perfección con los
ritmos musicales de cada instrumento.
Richard Dadd murió el 8 de enero de 1886, después de haber pasado
42 años encerrado en varios centros psiquiátricos. The Fairy Feller’s
Master-Stroke nunca fue tocada en directo, pero el cuadro ocupaba
la contraportada del single y fue incluido dentro del LP Queen II
que vio la luz ese 8 de marzo de 1974. En ese mismo año Tangerine
Dream practicaban ‘sonido ambiental’ antes de Brian Eno con su
disco Phaedra; Richard y Linda Thompson querían ver las brillantes
luces de la noche; Gil Scott-Heron y Brian Jackson sacaban Winter
in America; y Queen volvía a lanzar un nuevo disco al mercado:
Sheer Heart Attack, de nuevo producido por Roy Thomas Baker y
con una nueva fotografía de portada de Mick Rock, sobre la que
Freddie Mercury declaró a la revista New Musical Express, “Dios,
la agonía que tuvimos que pasar para ver las fotos realizadas,
querido”. Fue la irrupción del grupo a ambos del Atlántico… pero
esta es otra historia.
Texto de Ramsés Torres
Imágenes de la interné