Apenas pasa la mitad de agosto y vuelve otra vez a mí ese invierno incipiente, que me transporta a olores de ayer, a sensaciones de enero, resguardada bajo una manta dejando que el reloj pase lentamente por mi salón… a esa luz tenue en la foto que recrean mis ojos, esos rayos de sol bajos golpeando en el muro blanco del parque, brillando con calidez y a la vez reflejando el frío del aire…
Me vuelvo al otoño, de pronto, a ese viento ligero que arrastra consigo el olor de las hojas, la humedad que empieza a envolverme… esas tardes aún largas, y el ruido de niños en la plaza…
Casi es Septiembre… Nova duerme echada sobre mí, tan tranquila… ya nada puede hacerle daño, o al menos eso cree, ahora es una perrita feliz, agradecida… y mientras la miro pienso en el olor de los días soleados de diciembre, cuando decidimos que se quedaría aquí… y se me revuelve todo en un mix de alegría y tristeza, mientras esa canción me envuelve con su melodía a través de los auriculares, directa a mis tímpanos, a mi alma, que en toda su tristeza fugaz va intercalando sonrisas y recuerdos, fotografías mentales, sensaciones, olores, difíciles de describir... cuando se sonríe con el corazón medio encogido sin saber por qué, con el miedo a dejar de sentir ese poquito de vida y volver a ser simplemente alguien que viene y va, sin pararse a mirar, a respirar…
Y de nuevo estoy en el sofá, en agosto, con el calor del portátil quemándome las piernas desnudas, escribiendo sin saber para qué, ni para quién… para mí misma… para saber que aún me queda el olor del atardecer en septiembre y que todavía tengo que llegar a él.
Me vuelvo al otoño, de pronto, a ese viento ligero que arrastra consigo el olor de las hojas, la humedad que empieza a envolverme… esas tardes aún largas, y el ruido de niños en la plaza…
Casi es Septiembre… Nova duerme echada sobre mí, tan tranquila… ya nada puede hacerle daño, o al menos eso cree, ahora es una perrita feliz, agradecida… y mientras la miro pienso en el olor de los días soleados de diciembre, cuando decidimos que se quedaría aquí… y se me revuelve todo en un mix de alegría y tristeza, mientras esa canción me envuelve con su melodía a través de los auriculares, directa a mis tímpanos, a mi alma, que en toda su tristeza fugaz va intercalando sonrisas y recuerdos, fotografías mentales, sensaciones, olores, difíciles de describir... cuando se sonríe con el corazón medio encogido sin saber por qué, con el miedo a dejar de sentir ese poquito de vida y volver a ser simplemente alguien que viene y va, sin pararse a mirar, a respirar…
Y de nuevo estoy en el sofá, en agosto, con el calor del portátil quemándome las piernas desnudas, escribiendo sin saber para qué, ni para quién… para mí misma… para saber que aún me queda el olor del atardecer en septiembre y que todavía tengo que llegar a él.
Texto de Mayte Nékez
Imagen de Pixabay editada por Antonio Moreno
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