Leí y releí sus poemas (forma parte de mi manera de inspirarme e intentar dar vida a conceptos). Me venían ideas, deseché muchas y se fueron consolidando otras tantas. Tenía claro que quería hacer diferentes rostros, distintas Fátimas que son ella sin serlo. De este modo quería reflejar el cambio. Pero a su vez dejé un elemento común en todas: el pelo rizado. Le fui explicando el significado de cada boceto, acordamos el color rojo y algunos elementos como nexo unificador y de énfasis.
Cuando te adentras en la primera parte: su poesía te atrapa. Ella es las tres gracias en primavera de Botticelli. Es la pensadora, el pensamiento que se ahoga dentro de su cabeza y la que se rescata aunque el precio sea morder un anzuelo. Su hilo rojo está unido a diferentes facetas y va surcando, como pez en el agua, por las páginas de Y beberme los vientos.
Desde el interior de la tierra grita y rompe el papel. Sale del infierno. Destroza todo aquello que la paralizaba porque no hay más tiempo que perder. Y aunque el trayecto sea largo y se agoten las energías, Fátima sigue, con tenacidad.
Y la montaña que trepa es su corazón con coraza de piedra. La misma que arrastra sin descanso hasta que encuentra ese punto álgido donde descansar. Y aunque caiga de nuevo volverá a levantarse.
Es consciente de crear el agua que le engulle, el abismo y su salvación. Hace de sus cenizas la arena que la atrapa dentro del reloj. Allí se consumirá para renacer cual fénix.
En la segunda parte sigues enganchada. Porque Fátima es de fuego y sed, de dualidades que encuentran en ella un bello equilibrio. Y su insaciable sed se manifiesta en esa mano que aún no dispone de vaso o en dicho receptáculo que no roza la boca.
Y así se entrega: sin excusas. En ese abrazo apasionado donde enciende sus alas. Avisa de su carácter de gata indómita y confiesa que a veces, en ese éxtasis, la sed la abandona.
En la tercera parte nos adentramos en el diario de una loba civilizada. Ahí veremos que ambas pieles son máscaras, porque juntas son ese todo que la conforma. Y cuando se siente sin ayuda no le sobran manos a su alrededor, pero no encuentra las suyas propias.
Nos encontramos ante un rostro fragmentado. Está en pleno proceso de deconstrucción y creación. Es un fénix. Y tú has llegado en un momento Shrödinger. Puedes ver el antiguo yo, las cenizas y el resurgir de las mismas.
Las alas con las que huir o acurrucar. Alas que a veces son de fénix y otras de ángeles. Alas con las que llega a las instrucciones para sanar tu corazón. Ahí las cicatrices de la vida dejarán de escocer y formarán parte tu hilo rojo.
En su poesía vas del dolor a la tregua, de la asfixia a salvación. Eso mismo quise plasmar en el ritmo de las ilustraciones. La portada fue el final. La suma de cada sensación. Ese todo. El movimiento, el grito, el beso, el suspiro. Cada Fátima. El pasado que la ha llevado a este momento actual. A ser la gran mujer que es. La misma que ha aprendido a beberse los vientos.
Texto e ilustraciones de Saray Pavón.
Poemario: Y beberme los vientos, de Fátima Fernández Baena.
Aquí para leer la reseña de A. Moreno.
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