No para de llover, vaya día para contar historias. Me enciendo otro cigarrillo y comienzo a recordar el motivo por el que hemos quedado aquí hoy. La semana anterior, mi amiga Cristina conoció a Manuel en la web de citas de la que todos hablan y al final acordaron verse. La cosa se lio y acabaron en casa de él, donde se volvió a liar y ella acabó complaciéndolo con las manos. Pero para que fuera lo más placentero posible, se quitó el anillo de su madre y lo dejó sobre la mesilla de noche. Entonces empezó el trabajo manual. Cristina acarició concienzudamente a Manuel, Manuel se olvidó de Cristina por completo, y Cristina olvidó el anillo en su casa tras una frustrante insatisfacción y su consiguiente portazo. Cuando me lo contó estaba furiosa por el chasco tan horrible que se había llevado aquella noche. Pero aún se sentía más triste por haber dejado allí el anillo que había pertenecido a su familia durante generaciones. Por eso decidí ayudarla, no me gusta verla así de abatida. Le dije: ¿no quieres volver a verlo? No te preocupes, me registraré en esa web y lo buscaré, haré como que me interesa. Trataré de ir a su casa y así podré recuperar tu anillo. Estaba encantada, me abrazó e incluso se le escaparon algunas lágrimas. No sé cómo agradecértelo, me dijo, pero ten cuidado que el tipo es un asqueroso, no te entretengas mucho en el cuchitril ese al que llama apartamento.
Y así lo hice. Con la única variable de que empezó a gustarme. Bueno, quizá la palabra más acertada no sea esa. Qué tal…¿intrigarme? A ver, el chico no es nada del otro mundo pero ese desapego casi infantil hacia mí me enganchó desde el primer momento. No sé, no es muy guapo, y tampoco es muy divertido. En la cama es un desastre y al final siempre me tengo que ocupar de… bueno, digamos mis cositas. Quizá sea el morbo de saber que a ella ya no le gusta y me lo he quedado yo. Es posible que me vaya la marcha, al fin y al cabo. Pero bueno, el caso es que no hay nada de qué preocuparse, ella es mi amiga desde hace muchos años. Lo entenderá. Es más, no le importará lo más mínimo. Incluso puede que se alegre por mí, que llevaba una racha de sequía que para mí se queda. Por ahí viene con su paraguas de lunares. Qué nervios, voy a ir sacando el anillo y lo voy a agitar en el aire. Ya está aquí…
-¡Mira, Cris! Lo tengo. ¿Te pido una cerveza?
-Dame eso… Porque era de mi madre, que si no, ni me molesto en venir.
Puedo ver la furia hormonal en sus ojos. Me acaba de arrancar el anillo de la mano, será…
-No quiero volver a verte- a Cristina se le ha ido la olla-. Manuel sólo me deja insatisfecha a mí, hija de puta.
Se va, no me lo puedo creer, se pira. No me ha dado ni las gracias, pero bien que me ha procurado el escarnio público con un clásico. Y para ser diestra se maneja bastante bien con la izquierda. Aunque me alegro de que no haya usado el paraguas contra mí. Odio tener razón y mucho más en estos casos. Lo sabe, lo sabe y se lo ha tomado en plan psicópata. Pero ¿quién se lo habrá contado? Como haya puesto algo en Facebook le corto las pelotas al tío este. Qué vergüenza. La gente de alrededor me mira y cuchichea. Idiotas… el rato tan bueno que han echado a mi costa. Me voy de este antro, ahí tienes tu puto euro con veinte y la cerveza a medias. Te juro que como mire el móvil y haya puesto algo en su muro… Mira, voy a dar una vuelta porque ésta me ha descolocado, a ver si así me despejo. Tener amigas para esto. Es la última vez que ayudo a nadie. Pero vamos, que se enfade y me diga lo que quiera, pero que tenga muy clarito que al inútil ese me lo voy a seguir tirando yo.
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