El Señor De La Guerra, (la de 2005, que nada tiene que ver con la que protagonizó Charlton Heston cuarenta años antes), es una película que pongo al mismo nivel de otros títulos como El Lobo De Wall Street o la injustamente olvidada Blow. Si bien, a diferencia de éstas, la cinta de Andrew Niccol no es exactamente un biopic, también nos invita a acompañar a un personaje de moralidad cuestionable y hacernos partícipes de sus turbios negocios. En este caso, la figura a la que seguimos es el ficticio Yuri Orlov, inspirado en tres traficantes de armas reales, cuyos nombres no mencionaré en este artículo por una cuestión de principios. Y es que, si han hecho en la vida real cosas parecidas a las que hace Nicolas Cage en la ficción, a mi modo de ver no merecen ningún reconocimiento por ello. En parte, hasta les estoy haciendo un favor. Yuri es un personaje despreciable, que engaña a los demás y a sí mismo con una demagogia propia de los debates políticos (sobre todo de los de ahora), y que necesita mantener desconectada su conciencia para poder seguir mirándose al espejo sin sentir asco. Y aún así, Andrew Niccol consigue que nos diviertan sus aventuras, que nos pongamos nerviosos cuando la Interpol le pisa los talones, que empaticemos con él cuando algo le va mal. Como ya demostró en otros trabajos como El Show De Truman o Gattaca, el guionista y director hace algo más que entretenimiento. Plasma sus opiniones. Despierta conciencias. Toma partido.
Una de las muchas cosas de El Señor De La Guerra que considero brillantes es su campaña publicitaria. El tráiler, el póster... todo te vendía la película como una comedia de acción, pero ibas a verla y lo que encontrabas era otra cosa. Algunas comentarios negativos que he oído se apoyan en eso. Ciertamente, la disincronía entre expectativas generadas por el marketing y realidad puede llegar a ser un lastre (que le pregunten a M. Night Shyamalan), pero aquí juega un papel crucial. ¿Querías ver una peli de tiros y pasarlo bien? Pues mira estos créditos iniciales. El recorrido de una bala desde que es manufacturada hasta que acaba en el cuerpo de una persona. Concretamente, en la cabeza de un niño soldado de algún país africano que no sabrías ubicar en un mapa. Y es que los tiroteos en la vida real no son divertidos, por mucho que Hollywood nos haya hecho creer lo contrario.
Precisamente, esa intención de Niccol de moverse entre lo cómodo y lo incómodo, señalando con el dedo cosas que la industria suele ignorar para no meterse en problemas, le obligó a salirse de la misma y buscar financiación internacional para poder rodar la película. Costó aproximadamente 50 millones de dólares, un presupuesto algo bajo para producciones de este tipo, aunque a mi parecer estuvo muy bien aprovechado. Sobre todo, teniendo en cuenta la multitud de localizaciones que requería. Nueva York, Utah, Sudáfrica y República Checa fueron algunos de los lugares que usaron para recrear escenarios tan diferentes como Estados Unidos, Ucrania, Liberia o Colombia. La fotografía de Amir Mokri es otro de sus puntos fuertes, ofreciendo una gran variedad de texturas que acompaña muy bien a la narrativa audiovisual de Niccol. Aunque la verdadera agilidad del cineasta neozelandés reside en el guión. La voz en off de Yuri Orlov funciona como un tiro, nunca mejor dicho. Contar con Nicolas Cage en sus buenos tiempos también ayuda. En las escenas dramáticas no es el actor más expresivo del mundo, pero cuando le toca ser un sinvergüenza vendemotos y algo pasado de vueltas (aunque afortunadamente, mucho más contenido que en Cara A Cara), está en su salsa. Mejor se le da el papel de atormentado a un Jared Leto post-Réquiem Por Un Sueño, muy alejado aún de esos excesos que llegarían cuando le tocara interpretar a Joker, y que cumple muy bien como Vitaly Orlov, el hermano de Yuri que sí tiene reparos en ganar dinero proporcionando a los genocidas las herramientas con las que realizar sus matanzas. Completan el reparto una correcta Bridget Moynahan, el siempre solvente Ian Holm en un rol de anti-mentor, y Ethan Hawke, el actor que mejor sabe elegir sus trabajos (prácticamente no hay una película suya que no me guste). También está por ahí Donald Sutherland, en un papel difícil de reconocer. Encontrarlo es como encontrar a Wally.
En fin, si no he conseguido convencerte para que la veas, ya poco más puedo hacer. A mí vender algo no se me da tan bien como a Yuri Orlov. Simplemente diré que, cuando me propusieron escribir una reseña para La i Crítica, elegí esta película porque la considero necesaria. Por supuesto que habrá por ahí trabajos mucho más personales y mucho más valientes, pero El Señor De La Guerra consigue llevar un dilema candente hoy en día hasta las insensibilizadas retinas del público mayoritario, y eso es importante. Una vez me refería a ella en Twitter con las siguientes palabras: «Cuando una película te lo hace pasar bien y mal al mismo tiempo, y aún así la sigues revisitando un par de veces al año, mala no puede ser. Algo tiene.»
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