como un débil cristal herido por el fuego
como un lago en que ahora es dulce sumergirse
oh esta paz que de pronto cruza mis dientes
este abrazo de las profundidades
luz lejana que me llega a través de la inmensa lonja de la catedral desierta
quién pudiera quebrar estos barrotes como espigas
dejad me descansar en este silencioso rostro que nada exige
dejadme esperar el iceberg que cruza callado el mar sin luna
dejad que mi beso resbale sobre su cuerpo helado
cuando alcance la orilla en que sólo la espera es posible
oh dejadme besar este humo que se deshace
este mundo que me acoge sin preguntarme nada este mundo de titíes disecados
morir en brazos de la niebla
morir sí, aquí, donde todo es nieve o silencio
que mi pecho ardiente expire tras de un beso a lo que es sólo aire
más allá el viento es una guitarra poderosa pero él no nos llama
y tampoco la luz de la luna es capaz de ofrecer una respuesta
dejadme entonces besar este astro apagado
traspasar el espejo y llegar así adonde ni siquiera el suspiro es posible
donde sólo unos labios inmóviles
ya no dicen o sueñan
y recorrer así este inmenso Museo de Cera
deteniéndome por ejemplo en las plumas recién nacidas
o en el instante en que la luz deslumbra a la crisálida
y algo más tarde la luna y los susurros
y examinar después los labios que fulgen
cuando dos cuerpos se unen formando una estrella
y cerrar por fin los ojos cuando la mariposa
próxima a caer sobre la tierra sorda
quiere en vano volver sus alas hacia lo verde que ahora la desconoce.
Poema de Leopoldo María Panero
Imagen de Pixabay
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