Luego de unos meses y con algunos cuentos ilegibles, de tan corregidos, la idea de que no tenía sentido continuar escribiendo se volvía más recurrente y agobiante.
Fui perdiendo paulatinamente el entusiasmo.
En otoño comencé a sentir una levedad creciente.
Me fui transformando en un papel, con mis cuentos de mierda.
Me arrugué más y más…me hice un bollo…y caí en el cesto.
En el basural, un cartonero abrió el papel, leyó los cuentos y se emocionó.
Texto de Rogelio Dalmaroni
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