Te debo un horizonte,
mientras atravieso el interlineado
de tus manos,
la certidumbre de que el sueño infantil
está en cada piedra que pisas,
y los senderos del valle verde
adquieren la ternura del camino a casa.
No tengo nada que responderte,
pero quizá esta noche, desnudos y pálidos,
hablaremos de todo, sin prisa ni censura.
Esperáme como siempre hiciste,
con un pan debajo del brazo y
el interrogante de la memoria
que alcance tu apellido.
Regreso al momento en que nos comprendimos,
sin estandarte ni patrias que echarnos en cara,
el desconsuelo de lo intacto hasta ahora,
¿dónde estabas?,
quise un pedazo de esa tierra
y la apuesta fue ganadora sin marcarla.
Te debo la palabra callada,
una retirada de un segundo,
promesas en la ciudad condal
y una fotografía de parque con globos.
Y sin censuras, también, te debo una playa.
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