Te encontré en la vida
y, más tarde, nos hemos arriesgado.
Nadie entenderá tus maneras:
Llevas los libros de la contabilidad de nuestros besos,
presupones las conciliaciones bancarias de nuestros viajes,
apoyas las auditorias en las terrazas que nos miramos,
diseñas los estados financieros de mis pequeños desastres
cuando te digo algo fuera de lugar,
eres especialista en registrar la caja de los futbolines de todos
los lugares que asaltamos a mano desarmada
y, aquello que te hace única, no me pasas la factura
cada vez que el miedo me asalta. Ahí me ganas.
Lecciones de una chica de universidad.
Por el contrario,
decirte que tampoco hay alma que comprenda
mi comportamiento torpe:
te arrebato las eses finales de tu acento andaluz,
escribo todos los lexemas en tu raíz de mujer implacable,
siempre te niego el caviar, las langostas y el oro,
sinceramente me quedo con tus pupilas dilatadas
cuando me miras de reojo.
También preparo una fuga contigo, Lawrence de Arabia y Durruti,
apunto la matrícula de tu pantalón
cada vez que te despides de mí,
de cuando en cuando ridiculizo a tus amantes pasados
y soy un republicano a la intemperie.
Pero debido a tus modales y a mis costumbres,
cuando la escarcha es serena y húmeda,
tomamos prestado un corazón lleno de tinta roja,
ardiente amor y lo devoramos.
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