una mañana de viernes
quince noches después
llaman a gritos
al timbre de mi portal:
seriamente enfermo de amor
yo me encuentro en cama,
incapaz de salir de ella
sin la ayuda de tu mano
y el impulso de tu corazón:
pero creo reconocer tu voz
en el sonido cercano
y estimulante del obstinado timbre
y puedo verte en carne y hueso
cinco pisos más abajo
en la plaza de la soledad
con tu cesta de mimbre,
la urna con las cenizas de tu padre,
las dos maletas a cuestas
y tu perro
marcando de nuevo su territorio:
así que me falta tiempo
para plantarme en el pasillo
y preguntarle al portero automático:
¿sí? ¿quién es?
cartero:
pero a pesar del amargo
y doloroso desengaño inicial
ya estoy bajando de tres
en tres
y en cuatro
o cinco
los ochenta y seis escalones
que me separan del buzón:
confío de verdad
ciegamente
en que estarás esperándome dentro
con noticias ilusionantes
acerca de la buena vida en común
que vamos a tener a partir de ahora:
ven aquí, davichu
ven aquí, guapísimo mío
que te quiero, te quiero mucho
¿comprendes lo que es eso, david?
comprendo que luego
facturas y publicidad en una mano
he de agarrarme
con firmeza con la otra al pasamanos
y tomar aliento en cada rellano de la escalera
para ir subiendo de uno en uno
lenta, penosa y tristemente
los ochenta y seis peldaños
que me separan de este camastro
en que sigo tendido hoy en día y que
seriamente enfermo de amor
no pienso abandonar si no es con
ayuda de tu mano
y el impulso de tu corazón:
porque a mi entender
y corrígeme si me equivoco
si se puede seguir con la vida
si se puede seguir con la vida
si se puede
entonces no era amor:
Poesía de David González
Imagen de Pixabay
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