martes, 14 de diciembre de 2021

Madrugada del nueve de mayo

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Desde las áridas paredes alquiladas,
entre muebles ajenos y pesadas cortinas
que la bruma y la lluvia pretenden ocultar.
Desde el hostil refugio de un vaso de ginebra,
vuelvo, necesito volver, a aquella tarde.
A aquel pequeño bar, iluminado apenas,
a la segura posesión de unas manos, de unos labios
que ya nunca volverán a ser míos.
Fue un día, tiempo después de habernos separado para siempre,
o por lo menos de haberlo prometido, tras insultos y gritos,
en la pesada cólera del alcohol.
Otra vez juntos, sentados frente a frente,
oyendo el monótono transcurrir de una canción
a través de los rostros y el humo quieto sobre las mesas,
en actitud distante repetíamos los gestos de costumbre,
las banales comedias de defensa o cansancio.
De pronto, una sonrisa, el leve roce de otra piel,
quizás el doloroso temblor de los recuerdos, enfrentó nuestros ojos
y un instante, el vaho cálido de la ternura
que no encuentra palabras, acercó nuestros cuerpos,
amparando su humillado mendigar sin descanso.
Después todo acabó definitivamente,
la vida fue más poderosa que nosotros,
pero ahora nada importa sino aquella tarde,
aquel momento de unión irrepetible,
la tibieza de una piel, de unos labios, cuyo solo recuerdo
protege esta noche en mi corazón, me da fuerza
para continuar el error de vivir hasta mañana.

 

Poema de Juan Luis Panero
Imagen de Pixabay

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