Desato con cuidado el nudo de tu ombligo y me adentro con mis manos en la humedad de tu vientre. El olor tibio me transporta a la infancia, casi al segundo previo a mi nacimiento, y cierro los ojos en un gesto que oscila entre la melancolía y el placer. Acerco mi rostro a tu abdomen, y olisqueo como una perra hambrienta, antes de introducir mi lengua en tu interior y relamer mis dedos con una sensualidad tan perturbadora como ardiente.
Aparto con suma ternura los intestinos, introduzco más aún el brazo y a su paso toco el hígado suavemente hasta llegar a la vesícula biliar. Y, mirándote a los ojos, aprieto y me deleito con el sonido de sus piedras. Como una niña sonrío y tú sufres, pero no dices nada, aunque puedo ver en cada lágrima el dolor que derraman, que sientes, que surca tu estúpido rostro, que alimenta mi ego y me calma, que grita desde tus entrañas...
Texto Adriana Bañares Camacho
Imagen de pixabay
0 críticas :
Publicar un comentario