de una sopa de genes,
y delante del mar hay un estercolero
y un rebaño de ovejas
husmea pobres restos de comida.
De pronto dudas de la seducción
repetitiva de las escombreras,
de los residuos líquidos
y orgánicos del cementerio.
Con qué invisible y duradero encanto
pudren el aire de los vivos
o respiran su propio aire espesado.
¿Gozamos pervirtiendo la belleza,
como en las universidades, u otra
belleza nueva en la basura anuncia
un horizonte sin cicatrizar?
¿Más metafísica o adorno?
La basura no quiere ser humana.
Le falta un término
a la comparación. Es lo que era.
Cáscaras, pensamientos,
costumbres... Ni los huesos
soportan, pobre Yorick,
confundirse contigo.
Desciendes a la orilla
donde hay niños y espuma saludable.
Te demoras y sacas unas fotos
de dos rectángulos de tiza
bajo el cielo encalado: dos amantes.
O marido y mujer.
Como otros animales vives
entre la madurez de los detritos
de espaldas a la roca, a la asepsia del mar
yodado y joven. Amas
en el descenso. Aunque
quizá no sea amor.
La basura se siente bien contigo.
Hazla metáfora.
O deja aquí, entre plástico, los ojos
para que otros los use.
Poema de Carlos Pardo
Imagen de Pixabay
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