De modo que el pintor pinta en el trastero. En las galeras de la urbanización; en el humedal gris donde habitan las ninfas del cemento. A la luz de la bombilla, entre vestiditos de sevillana de las hijas que ya han crecido; junto a una bici estática como un esqueleto del deporte; tras cosas anudadas como una contractura de las cosas, entre la manigua de las cosas el pintor pinta en el trastero. En una acotación mínima, abrigado de frío o refrescado de calor y humedad, sentado en un taburete dibuja en el cuaderno que apoya en las rodillas. Tiene siete lápices alpino. La cucaracha como mancha que corre, lamparón negro e intermitente que se ha escapado. Del techo cuelgan las cañerías, los tubos de grueso pvc como autovías de la inmundicia, donde circulan los mojones de los vecinos en una velocidad líquida de río. Puede que los váteres sean periscopios donde los ojos del culo espíen el trabajo del pintor como Polifemos cotillas.
Qué lejos las academias, qué lejos la marquetería militar de los museos, qué lejos el libro de la fama para el pintor en el trastero.
Qué lejos las academias, qué lejos la marquetería militar de los museos, qué lejos el libro de la fama para el pintor en el trastero.
Texto e ilustración Garven
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