La insensatez se apodera de mis sueños, hasta ahora llenos de coherencia y premoniciones rutinarias, hasta ahora imbuidos en un tono ceremonial de alineamiento y eficiente disciplina. Donde hubo armonía gris y oscuro orden, ahora solo hay caos y locura que estallan como un vistoso estampado, un vórtice de discordancias perpetuas, un remolino de inseguridades; como el resultado de sumergir en lejía una camiseta de colores vivos, retorcida estratégicamente. En mi mente ya no hay espacio para las ideas estructuradas y llenas de juicio. Se acabaron la concentración y la responsabilidad simbolizadas con interminables estanterías que albergaban los volúmenes de la corrección, el compromiso y otras muchas virtudes. Esos huecos se van completando con la improvisación y la sorpresa, con pequeños trozos de sutil indiferencia, con revoltosos jirones de curiosidad. La seriedad y la preocupación dan paso a la risa y al esparcimiento. El semblante sombrío que siempre emergía en primerísimo plano en mis sueños, se torna un plano abierto donde confluyen cientos de desconocidos que ríen, disertan y pasean cruzándose los unos con los otros. Y los envidio, dentro de mi propio delirio nocturno, y comienzo a dejar de temer al desorden, aunque aún me aterre descubrir nuevos colores, nuevas técnicas para convertir prendas aburridas en todo un canto a la libertad. Voy descartando progresivamente ese ambiente de inconsciente opresión, ese agobiante y pesado techo descendiente que, al igual que las paredes, me condenaba al hastío en una habitación menguante y obsesiva. Ahora correteo sin sentido alguno de un lado a otro por un enorme prado de floridas posibilidades y he desechado completamente lo establecido, no sin cierto esfuerzo y nostalgia hacia aquel anterior estado de ilusoria autocomplacencia. Y me temo que esa nostalgia jamás desaparecerá, por mucho que la excitante colección de posibles vivencias que me rodea eclipse, con su color, el grisáceo tapiz en el que retocé, tiempo atrás. Pero ya no hay remedio, o no quiero ponerlo; todos los libros que conformaban mi vida están esparcidos por el suelo, pues fui yo mismo quien provocó el terremoto que hizo tambalear las estanterías. El temor a las réplicas me impide poner orden de nuevo, por eso salgo a campo abierto. Por eso, aun a riesgo de no encontrarme con otro ser humano en kilómetros, me lanzo a las enormes llanuras de la incertidumbre y el desasosiego. Y deseo, envuelto en el manto reversible de la esperanza y lo desconocido, volver a soñar, pero esta vez despierto, con esos espacios abiertos donde todos ríen, disertan y pasean, esperando que el resorte que retiene mi arrojo se rompa de una vez por todas y me impulse hacia dulces y turbulentas espirales de color y locura.
Texto de A. Moreno
Imagen de Pixabay
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