La luz de la estancia no dejaba distinguir formas más allá de nuestros cuerpos. Sin
demora, me entregó el antiguo volumen haciendo pasar la lengua entre sus labios
lascivos, de la misma forma en la que una serpiente husmea el aire. Me vi oprimido por
una tensión desconocida, no podía dejar de mirar a aquel extraño ser mientras
sopesaba en mis manos el objeto de su admiración, ese objeto que le daba un poder
invisible y desproporcionado.
Cuando terminó de deslizar sus finos dedos por la encuadernación, puso las manos una sobre la otra cerca de su pecho y con una sonrisa casi malévola esperó a que leyera el título. Sin apartar la mirada agarré un candelabro y lo acerqué al tomo.
“Sagrada Biblia” rezaba la portada. Sin más, le devolví presto el libro, y con mucho cuidado de no tropezarme, salí de allí como alma que lleva el diablo...
Cuando terminó de deslizar sus finos dedos por la encuadernación, puso las manos una sobre la otra cerca de su pecho y con una sonrisa casi malévola esperó a que leyera el título. Sin apartar la mirada agarré un candelabro y lo acerqué al tomo.
“Sagrada Biblia” rezaba la portada. Sin más, le devolví presto el libro, y con mucho cuidado de no tropezarme, salí de allí como alma que lleva el diablo...
Texto de A. Moreno
Imagen de Pixabay
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