Hablemos de religión. Y de fé. No tienen por qué ser incompatibles. Hablemos de hechos insólitos e improbables. Aunque me encante el arte yo soy un hombre de ciencias y necesito pruebas o, al menos, explicaciones lógicas a los eventos sobrenaturales. Necesito un aporte de realidad a toda esa locura, más o menos fanática, que se apoya en las enseñanzas de unos tipos desaliñados de dudosa higiene que vivían en montes y comían bayas que darían positivo en cualquier test de toxicología. Por eso necesito, por ejemplo, que alguien me explique cómo puede ser que una paloma te anuncie que estás embarazada y no abortes en ese preciso momento del puto susto. Tal vez fue un loro. Solo teorizo. Es de sobra sabido que estas aves son capaces de imitar el habla humana. La gente podría confundirlos fácilmente, sobre todo en una zona polvorienta en la que el colorido plumaje podría ser cubierto de arena, camuflando así su verdadero aspecto. Pero un loro en esa zona de la biosfera... No sé, se podría dar el caso. Es una especie bastante extendida por el mundo. Quizá Belén fuera demasiado calurosa para un animal de costumbres tropicales, pero no es imposible. Mirad Jafar, si no, que se pasea por Arabia con un guacamayo de lengua viperina al hombro. Sabemos, además, que en esos tiempos eran comunes los mercaderes errantes y el catálogo de estos era de lo más variopinto. Entonces, vale. Podría haber sido un loro. Ahora viene el asunto de quién y con qué fin le enseñó a un ave tropical afincada en un desierto a comportarse como un Predictor™ primitivo. El círculo de los posibles adiestradores es bastante cerrado. Sólo podría ser alguien del entorno que lo supiera. Pero, si como cuenta el libro ultrasagrado e intocable, ni siquiera la afectada y cónyuge lo sabían, ¿entonces quién dio el chivatazo? Acabo de retroceder dos pasos. Ahora me gustaría haber investigado más.
Ciñámonos a los datos que manejamos. Nadie conocía el estado de María. Y, apelando a la lógica y sin caer en anacronismos, juraría que los gametos de José no tuvieron nada que ver, ya que ni siquiera se atrevió a reclamarlo. Solo queda la teoría de la infidelidad. Pero ¿cómo demonios sabía un maldito loro cubierto de polvo y por ende su adiestrador enmascarado que una mujer estándar de un pueblo caluroso esperaba un retoño fruto de una cana al aire? La respuesta sencilla sería la casualidad. Pero no estoy aquí dándomela de científico escéptico para caer en el burdo argumento de "lo hizo un mago". No. Tengo que llegar al fondo de todo esto. Y mi hipótesis, lejos de la ciencia más CSI, está más influenciada por la antropología que por la investigación forense. El comportamiento humano desde tiempos inmemoriales ha sido en general mezquino y bastante predecible. Pero claro, al envolver a posteriori un simple affair de un halo de misticismo y más tarde de redención, dogma y corporativismo, ¿quién sino yo tendría el valor de decir que…? Sí, alguien miente en esta historia. Y me atrevería a decir que ambos eran cómplices. Ninguno de los dos quería que todo un pueblo supiese que José podría haber tirado de profesión y tallar maravillas a ambos lados de su cabeza. Tampoco que un desliz acabase con una lapidación a mediodía con el aforo lleno. Conclusión: el carpintero descubrió la infidelidad, lo hablaron, se perdonaron la falta de atención de uno y la distracción de la otra y urdieron un plan maestro para, matando dos pájaros de un tiro, todo quedase en secreto y, con suerte, se crease una nueva creencia que acabase con el monopolio judío de Jeová. ¿Y el loro? diréis. Fácil. Era del mercader que le alegró a María una noche de primavera y que, a cambio del pack no negociable de José que incluía silencio, alejamiento y no morir en sus manos, le enseñó al loro las palabras mágicas. Al parecer les salió bastante bien la jugada y hasta hoy. Me he quedado bastante a gusto y creo que algún día esta teoría puede ganar fuerza. Aún así me quedan bastantes dudas hasta la más grande de todas 33 años después del encubridor montaje ornitoteopráctico. Así que volveré más adelante con más calma para tratar de dilucidar tanto agujero de guión.
Ciñámonos a los datos que manejamos. Nadie conocía el estado de María. Y, apelando a la lógica y sin caer en anacronismos, juraría que los gametos de José no tuvieron nada que ver, ya que ni siquiera se atrevió a reclamarlo. Solo queda la teoría de la infidelidad. Pero ¿cómo demonios sabía un maldito loro cubierto de polvo y por ende su adiestrador enmascarado que una mujer estándar de un pueblo caluroso esperaba un retoño fruto de una cana al aire? La respuesta sencilla sería la casualidad. Pero no estoy aquí dándomela de científico escéptico para caer en el burdo argumento de "lo hizo un mago". No. Tengo que llegar al fondo de todo esto. Y mi hipótesis, lejos de la ciencia más CSI, está más influenciada por la antropología que por la investigación forense. El comportamiento humano desde tiempos inmemoriales ha sido en general mezquino y bastante predecible. Pero claro, al envolver a posteriori un simple affair de un halo de misticismo y más tarde de redención, dogma y corporativismo, ¿quién sino yo tendría el valor de decir que…? Sí, alguien miente en esta historia. Y me atrevería a decir que ambos eran cómplices. Ninguno de los dos quería que todo un pueblo supiese que José podría haber tirado de profesión y tallar maravillas a ambos lados de su cabeza. Tampoco que un desliz acabase con una lapidación a mediodía con el aforo lleno. Conclusión: el carpintero descubrió la infidelidad, lo hablaron, se perdonaron la falta de atención de uno y la distracción de la otra y urdieron un plan maestro para, matando dos pájaros de un tiro, todo quedase en secreto y, con suerte, se crease una nueva creencia que acabase con el monopolio judío de Jeová. ¿Y el loro? diréis. Fácil. Era del mercader que le alegró a María una noche de primavera y que, a cambio del pack no negociable de José que incluía silencio, alejamiento y no morir en sus manos, le enseñó al loro las palabras mágicas. Al parecer les salió bastante bien la jugada y hasta hoy. Me he quedado bastante a gusto y creo que algún día esta teoría puede ganar fuerza. Aún así me quedan bastantes dudas hasta la más grande de todas 33 años después del encubridor montaje ornitoteopráctico. Así que volveré más adelante con más calma para tratar de dilucidar tanto agujero de guión.
Texto de A. Moreno
Imagen de Pixabay
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