viernes, 3 de noviembre de 2017

Ojalá

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La veía deambular cada tarde frente al ventanal junto al que adoro tomar mi café. Desaliñada pero orgullosa, miraba hacia el interior con la expresión de quien añora la compañía y a la vez no recuerda con nitidez la sensación. Aún conservaba cierta belleza bajo la suciedad, y sus ojos... cada vez que se cruzaban con los míos me atravesaban el alma. A pesar de todo lo que parecía haber vivido, emanaba cierto atractivo místico, como si todo fuese fachada, como si vivir en la calle hubiese sido elección suya. A veces trataba de entrar en la cafetería, pero el dueño salía raudo a evitar que se acercase siquiera a la puerta. Parecía odiar a los de su condición o incluso tenerles miedo. Algo ardía en mi interior al ver como la trataba. Es más digna que muchos de nosotros, pensaba mientras sostenía la taza, ya fría, y miraba de reojo al prejuicioso hostelero. Reconozco que en alguna ocasión, por excéntrico que parezca, pensé en llevarla a casa y darle al menos un plato de comida y ofrecerle un baño... Pero me resignaba a ver como su cansado rostro pedía en silencio algo de humanidad y un techo bajo el que refugiarse. En fin, qué distinto sería todo si a mi pareja le gustasen más los gatos.


Imagen original de Guillermo Núñez
Edición de Saray Pavón
Texto de A. Moreno

Saray Pavón me inspiró con este microrrelato.

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