Caricatura de Jaksa Vlahovic |
Vivir a la sombra de otro no debe ser fácil. El mundo de la música es despiadado, y con ayuda de sus seguidores aún más. Estos han engrandecido a unos condenando a las sombras a otros. Y el universo del rock no escapa a este tipo de marginaciones, a veces o casi siempre sin sentido. En todas las épocas ha ocurrido que, como ocurre en España con el fútbol y los santos, eras de uno o de otro. Beatles o Rolling Stones, Black Sabbath o Deep Purple, Metallica o Megadeth, Nirvana o Pearl Jam. Con lo bonito que es ser de todos en todas las épocas sin arrastrar a nadie al segundo plano. De los Kinks y Jefferson Airplane, de Led Zeppelin y Bad Company, de Testament y W.A.S.P. de Alice in chains y Soundgarden…
Pues con el entorno selectivo y cerrado del metal progresivo no iba a ser menos. Y durante un par de décadas Dream Theater, con sede en Nueva York y con el permiso de Queensrÿche, dominó el Olimpo de este género, mirando al resto de bandas desde las nubes mientras los de aquí abajo les lanzábamos rayos prestados a los desplazados. A finales de los noventa su reinado se vio en peligro por culpa de la irrupción de unos compatriotas, más del lado de la música clásica que de las influencias sesenteras. Symphony X, desde New Jersey, con otro imaginario y por medio de la poderosa voz de Russell Allen, les lanzó un grito de advertencia con otras tesituras y rangos. También desplegó su onda expansiva con los ritmos y compases de un joven guitarrista (Michael Romeo) que contrarrestaba la ebriedad de Yngwie J. Malmsteen compensándola con más talento y disciplina. El reto fue aceptado e incluso, en un momento dado, con cierta condescendencia, tendieron una mano y unieron sus fuerzas en algún tour. Pero aquí abajo volvió la división y el bipartidismo del progresivo.
Y, de nuevo, otra alma colectiva se vio inmersa en la oscuridad, más aún de lo que ya estaba siendo sometida. Fates Warning comenzaron su andadura un año antes que Dream Theater. En sus inicios cabalgaban con claras influencias de un campeón de otra liga, Iron Maiden, y retazos de progresivo aquí y allá. Pero cuando ingresa en la banda el inabarcable Ray Alder, engrasa con sus intimistas cuerdas vocales y sus infinitos matices la auténtica maquinaria que parecía en letargo. Sin desmerecer los primeros discos, pero aquí estamos hablando de la alargada sombra de los de Nueva York y más tarde de los de Jersey.
El primer trabajo con LA VOZ (No Exit) y algunos pasajes de los siguientes aún estaban mecidos por la mano de los antes mencionados dioses arcanos, Queensrÿche. Esas fueron las relucientes obras que dieron forma a su identidad y que allanaron el terreno de la ladera que llevaba a la cumbre de su grandeza. El motivo real por el que os estoy soltando toda esta enorme chapa:
el jodido A Pleasant Shade of Gray.
La perfección se concibió como una obra conceptual de una sola pieza pero se dividió en doce cortes, llamados partes. Si lo que buscáis es millones de notas por segundo y solos de catorce minutos no es vuestro disco. Aquí hablamos de sensibilidad y sutileza. Una profundidad que va paseándose, como indica el título del disco, por diferentes tonos de gris, pero nunca negro. Musicalmente es un viaje cuyas letras nos llevan por el interior de nosotros mismos. Todos están perfectos. Jim Matheos suelta todo lo que circula por su intrincada mente y compone, a día de hoy y en mi humilde opinión su obra maestra. El recién incorporado al bajo, Joey Vera, demuestra por qué se quedó en el seno de la banda con una ejecución y una presencia magistrales. Atentos a cómo encaja un slap en Part III con total naturalidad. Mark Zonder es quien equilibra con suavidad en las baquetas la potencia y el groove del enorme trabajo de los anteriores con las cuerdas. Junto con el invitado Kevin Moore a las teclas, siempre sensible e introspectivo. Todo esto elevado más si cabe por ese regalo para los oídos que es Ray Alder. En el mismo tema su voz puede ser sensual y agresiva, en tonos bajos, medios y altos, sin caer en el grito agudo y chillón. Hace suyas las canciones, las moldea a su gusto, las termina de perfeccionar.
Hasta la actualidad y tras 20 años (justo hoy se cumplen desde su salida), han podido rozar pero no han llegado a igualar la redondez atemporal de esta maravilla auditiva. Celebrémoslo como se merece y disfrutemos de las doce partes de principio a fin y de su ejecución íntegra en vivo recogida en el primer CD del álbum Still Life (1998). Sólo así podrán salir de la sombra a la que nunca, y mucho menos en 1997, debieron pertenecer. Nuestros oídos pueden parecer pequeños pero pueden acoger mucho más de lo que estamos dispuestos con inútiles ideas preconcebidas por otros.
Texto de A. Moreno
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