Estamos en la era digital. Vale. Digamos que viene a decir más o menos que la tecnología está al alcance de una amplia mayoría ¿No? Bien. ¿Significa eso que haces una captura de pantalla a una conversación de WhatsApp en la que te recuerdan que debes comprar limones y pegas el móvil a la nevera? Puedes seguir usando postits, o un trozo de folio sujeto por ese imán "recuerdo de Alicante". También puedes ir tú a comprar los putos limones, o qué pasa.
Enajenación mental transitoria.
Lo que quiero decir es que la tecnología está ahí. Es útil, a veces necesaria, a veces imprescindible. Pero no obligatoria. De hecho, pensando fríamente, hay ocasiones en las que creo que nos convierte en unos vagos. Yo mismo he caído en esa comodidad que me ha llegado a provocar cierta distrofia en las manos, incapaces de sujetar un bolígrafo y escribir más de dos palabras inteligibles. Pero lo intento, oiga.
No es el caso de aquellos encargados y por ende responsables de los carteles de las películas. Esas otrora desapercibidas obras de arte que jugaban con la imaginación y que hacían de la publicidad un arte. Porque muchas de ellas estaban pintadas a mano, eran óleos, acuarelas, collages, yo qué sé, buena mierda.
De por sí, el cine actual es ya (en general) bastante vomitivo como para encima ni siquiera currarte lo primero que va a ver el público antes de entrar en la sala. Y a los hechos me voy a remitir colocando algún ejemplo de los más estúpidos y que, si hubiera una pizca de pensamiento crítico en la sociedad actual, contribuirían a vaciar aún más las salas. Y me voy a centrar en la cartelera actual y en sus versiones para España, porque nadie va a pagarme por el tiempo indefinido que podría emplear en esta interminable tesis de lo banal.
Por ejemplo, Aliados, de Robert Zemeckis.
Ahí lo llevas. Ese cartel que NUNCA se ha hecho. De fondo una deflagración o un fuego profuso y mortal, para que tengas claro que no has venido a escuchar diálogos. El primer plano colmado por la pareja protagonista. Porque son pareja, ¿ves? Van de la mano y comparten aficiones, como la de sujetar fusiles por la noche vestidos para un cóctel. Guapos y probablemente letales. Y como puntilla final, te recuerdan que está dirigida por el mismo tipo que dirigió otras pelis, en otro momento. Algo así como “si no os gusta esta cosa, recordad que también hice otras que gustaron en su día. No seáis malos, al chaval no se le ocurrió otra composición y de Photoshop anda cortito. Gracias. Lo siento”. Eso es lo que yo veo, qué queréis que os diga. Algo que me aparta, que me impide ver la peli. Pero es que ni han intentado siquiera retocar un poco la foto, embellecerla, dignificarla. Herramienta varita mágica, cortar a Brad y Angeli… digo Marion y pegar sobre fotograma de coche en llamas: secuencia 3, plano 2.
En este otro ejemplo, que tampoco es para tirar cohetes, los chicos de Mel Gibson al menos han tenido la deferencia de apañar un poco la imagen, quedando un resultado bastante impactante y de una factura infinitamente superior al de Zemeckis. Algo es algo.
Habría que retroceder en el tiempo para… eh, espera. ¿Están volviendo a proyectar La Historia Interminable? Bajaos de la máquina del tiempo.
Esto es un cartel. Ésto. Que, oye, no tiene por qué ser a mano, pero resulta que sí (Renato Casaro), y eso gana puntos en mi corazoncito de cinéfilo. Ves a un crío montado en un perro gigante cuya estela emerge de una especie de torre. Y sobre ellos rostros extraños, feos y bellos. ¿De qué va? Ah, amigo. Entra a verla, desaplicado devorador de palomitas. Es una peli de fantasía, y esos son sólo algunos personajes. Si éste mismo lo hubiese realizado el responsable del primero (aunque dudo que hubiese tan siquiera nacido) habría puesto una foto de Ártax a punto de hundirse en el Pantano de la Tristeza. Pero una foto, vamos, una polaroid pegada con cinta adhesiva sobre una cartulina usada. No sé, no es tan complicado. Basta con darle una vueltecita más a la primera basura que te pasó por la cabeza.
En fin, una muesca más que añadir al bastón de la mediocridad del cine actual…
Puede que continúe con esta infructuosa tesis y analice más destroza-mobiliario-urbano de estos, quién sabe. Permanezcan a la escucha.
Texto de A. Moreno
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